3. No, no te vayas...

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-España, me voy

Fue todo lo que dijo Lovino una mañana, después de un tiempo sin hablar. Ya tenía sus cosas preparadas, y se habría ido sin decir una palabra de no ser porque sabía que España se preocuparía si no lo hacía, y le buscaría por todas partes hasta encontrarle. Romano, obviamente, no quería eso. Quería separarse de una vez por todas de ese pervertido que había estado aprovechándose de él.

Seguía muy dolido por lo que había pasado, pero aún así, no podía evitar sentir el marcharse. Se acordaba de todas las veces que España le había sacado de algún lío, y de las tantas veces que le había dado cualquier capricho, solo para hacerle feliz. O verle sonreir, al menos. Se preguntó cómo y cuándo habían cambiado tanto las cosas.

A España, por otro lado, las palabras de Romano le sentaron como una patada en el pecho. Su corazón se encogió mientras volvía la cabeza para mirarle, con incluso algo de miedo en sus ojos.

Negó instintivamente con la cabeza, aún sabiendo que así no detendría a Romano. Aún así, tras un par de segundos, pudo reaccionar y levantarse de su asiento antes de que Romano se diera media vuelta y se marchase. Entonces, agarró la mano de Romano como si le fuera la vida en ello. No, imposible. Lovino no podía marcharse. No así.

Antonio podía soportar que no se hablaran, y que casi no se vieran, pero sabiendo que el otro estaba ahí. Que no le había perdido. Sin embargo, parecía demasiado tarde. No había querido disculparse antes por temor a empeorar aún más las cosas, pero el que no se arriesga no gana, y, aunque sabía que así no conseguiría nada, se conformaba con tener a Romano ahí con él. Aunque le odiase. 

Lovino vaciló un momento, pero prontó se soltó de la mano de España y le empujó.

-¡Aparta! ¡He dicho que me voy, ¡¿es que no te enteras?! ¡No quiero vivir más contigo, gilipollas!

España se apartó un poco, advirtiendo que el lenguaje de Romano había empeorado aún más. Aún así, volvió a agarrarle, esta vez del brazo, para asegurarse de que no se le escapaba. 

-Pero, ¿adónde vas?- preguntó suavemente, intentando calmarle.

-¡Eso a tí no te importa, idiota, suéltame!- Romano casi gritaba, intentando apartar a Antonio de nuevo.

-Sí, ¡sí que me importa!- España no pudo evitar levantar la voz, pero pronto volvió a su usual tono suave- Vamos, dímelo. Necesito saberlo...

-¡¿Para qué?! ¡¿Para tenerme controlado todo el jodido tiempo?! ¡Ni hablar!

-¿Controlarte? Yo no quiero controlarte, yo sólo quiero...

-¡¿Entónces por que mierda quieres saberlo?! ¡¿Eh?!

-¡Yo sólo quiero saber que estarás bien!

Al oír el súbito grito de España, Romano paró de gritar y de forcejear inmediatamente, y se quedó mirando a Antonio, quien ahora estaba mirando hacia otro lado.

-Perdona por gritarte, yo...- murmuró.

Fue entonces cuando Lovino se dio cuenta de que las lágrimas estaban aflorando a los ojos del otro castaño, y que éste se esforzaba por contenerlas. También sintió cómo le soltaba el brazo. España ya sabía que había perdido esta vez, y estaba claro que se arrepentía de todo. Romano se sorprendió, no creía que Antonio sintiera en absoluto lo que le había hecho, pero ahora veía que estaba equivocado. Aún así, ese hombre le había quitado la virginidad, le había usado, había usado su cuerpo para su propio placer... No podía perdonarle así como así.

El bajito castaño miró hacia abajo, al suelo, de repente no sintiéndose capaz de mirar al otro a la cara.

-Yo... Me voy con mi hermano...- dijo muy suavemente, casi susurrando. Eso era lo que había decidido la noche anterior, siendo incapaz de soportar más el estar tan cerca y a la vez tan lejos de España. Podía soportar a su hermano, a decir verdad era el único al que podía soportar, aunque se pusiera pesado y le intentara convencer de volver. A lo mejor, incluso si se lo explicaba todo, le dejaba en paz...

-¿Con Feliciano?- preguntó España, casi instintivamente, dirigiendo la mirada de vuelta a Romano, algo sorprendido. El chico que hacía un minuto le gritaba y le miraba con todo el odio que unos ojos humanos pudieran retener, ahora miraba hacia otro lado, casi parecía... ¿avergonzado?

-Pues claro, ¿con quién si no?- el tono de Lovi, sin embargo, conservaba su toque de ironía.

España no respondió. Apartó la mirada de nuevo, tratando de encontrar una manera de parar a Romano antes de que se fuera y no pudiera recuperarle. Sin embargo, no se le ocurría nada que pudiera hacer, aparte de ponerse de rodillas y suplicarle, lo cual, en él fondo, él mismo sabía que no serviría de nada.

-Romano... ¿Hay algún modo de que te quedes conmigo?

Lovino tardó un par de segundos en responder.

-No lo creo...

España asintió levemente con la cabeza antes de hablar.

-No te pienso retener por la fuerza... Pero, por favor, no olvides que siento mucho lo que te hice...- pausó un momento- Si me dieras una segunda oportunidad, a lo mejor...

-Ya te la dí, España- repuso Romano fríamente-. Y una tercera, y una cuarta. Ya es demasiado tarde...

Romano volvió la  cabeza, no queriendo que el otro viera las lágrimas que se estaban empezando a formar en sus ojos. A decir verdad, él tampoco quería esto. No quería separse de Antonio, pero al mismo tiempo no quería estar con él. Era complicado, ni siquiera él mismo lo comprendía, pero pensó que lo mejor era separarse y olvidarse de España por un tiempo. Quizás, después, volvería, aunque no estaba seguro.

España calló y miró hacia el suelo, sabiendo que Romano tenía razón. Aún así, no quería dejarle ir, se esforzaba por contener el impulso de retenerle por la fuerza. Levantó la mirada cuando Lovino se dió media vuelta y empezó a alejarse, pero continuó callado, simplemente obeservándole irse con una triste expresión en sus ojos, la cual Romano también podía sentir.

Odio amarte tantoWhere stories live. Discover now