4 - 6 - 2020 11:30

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Nos quedaban cinco minutos para llegar y el entierro empezaba a y media. Rolan me miraba por el espejo de la visera del coche, castigándome por llegar tarde, yo no le culpaba por estar enfadado, hemos perdido a una persona muy importante en nuestras vidas e íbamos a llegar tarde a su última despedida por mi culpa. Mi angustia aumentaba conforme nos acercábamos, sabía que no me querían ver por allí pero no podía faltar, aún me sentía culpable. Cogí la petaca que siempre llevaba en la guantera y le eché un buen trago de anís, necesitaba beber para poder afrontarlo, Rolan volvió a juzgarme con la mirada junto con un gesto de desacuerdo. Paramos en un semáforo en rojo cuando todavía quedaban tres minutos para llegar, Belf sacó una piedra de hachís, -Toma anda... haztelo- me dijo.

- ¿En serio vais a fumar ahora? ¿Tan poco respeto tenéis?- protestó Rolan

-¡Bueno hijo.... tranquilo! Que sólo es un porrillo para que no se haga tan duro.- respondió Belf.

- Haced lo que queráis... yo ya paso..- en voz baja- sois unos putos desgraciados- Belf no lo oyó, yo me callé mientras me hacía el porro.

Llegamos al cementerio, aparcamos el coche y fuimos a paso ligero. Pasamos cuatro filas de lápidas y en la sexta ahí estaban, todos los familiares y amigos cercanos. Nosotros nos quedamos en la cuarta fila escondidos tras una gran lápida de mármol para que no nos viesen. Todavía estaba el cura procediendo con la ceremonia y a su izquierda, el ataúd de madera rodeado de gente vestida de negro guardando homenaje. Al ver aquel recipiente rectangular de madera mi pecho se me encogió, mis lágrimas brotaban lentamente, no podía soportar aquella escena, nunca había sentido una angustia como aquella. La madre estaba abrazada a su marido, un desgarrador llanto y lágrimas incesantes caracterizaban a aquella mujer, por otro lado, el padre con la mirada perdida en el ataúd, sin entender por qué tuvo que pasar lo que pasó, por qué le tocaba vivir aquello , no le quedaba otra que mantenerse firme para prestar apoyo a una madre que acababa de perder una parte de sí misma.

El cura había concluido y se dispusieron a bajar el ataúd, fue en aquel momento donde entendí que había perdido a alguien de verdad, en aquel momento supe... que ya no iba a recuperar esa parte que nos componía a todos nosotros. Un terrible sentimiento de culpa y odio se apoderó de mí, mi corazón empezó a latir más fuerte, de mi pecho emanaba un dolor muy fuerte, las lágrimas no paraban de escaparse de mis ojos, mi vista se empezó a nublarse, perdí el sentido del espacio, estaba perdido, ya no veía nada, intenté apoyarme en la lápida que había enfrente mía pero no la encontraba, intenté llamar a Rolan y a Belf pero no contestaban, todo estaba oscuro.

-Ocram- una voz familiar me habló desde todas las partes.

-¿Quién cojones eres?- respondí confuso sin ver nada.

-Ya sabes quién soy. Te están esperando.


No respondí, no sabía que estaba pasando y, con la incertidumbre mi angustia fue a mayores. De repente, el suelo empezó a temblar, duró varios segundos.Mi vista volvió, una luz procedente de encima de mí alumbró vagamente el lugar aún estaba oscuro. Estaba dentro de un majestuoso coliseo romano, en la arena, justo en medio de ella. Aquello era enorme, las paredes de piedra que me rodeaban eran gigantescas,había una serie de personas repartidas por todas las gradas sin ocupar toda esta, iban de negro y no lograba ver sus caras, estaban de pie, era algo tétrico.

Cuando me quise dar cuenta estaba sentado a una silla, maniatado, enfrente mía había un viejo televisor apagado apoyado en una antigua mesa de madera. Me puse muy nervioso, intenté liberarme pero no podía, la silla estaba anclada al suelo.

La televisión se encendió, solo se veía una luz blanca cuando a los pocos segundos me ví a mi mismo caminando junto con Bernadette, Ícaro y Balbás, me acordé al instante, fue hace uno año, íbamos hacía lo que iba a ser nuestro salto más grande.

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