I

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Éramos muy jóvenes y nuestros cuerpos apenas entendían su sentir, no había habido nadie que nos explicará, nadie que nos orientará.

Crecimos así; salvajes e inocentes.

Las cosas simples las aprendimos por inercia y las difíciles nos costaron cicatrices en la piel y en el alma.

Tal vez fue la curiosidad la que, esa noche, a mitad del bosque, nos empujó a los brazos del deseo. Sin tapujos; se apoderó de nuestros cuerpos, de nuestras acciones y nuestros pensamientos.

Teníamos miedo, nos temblaba la punta de los dedos y aún con la incertidumbre acelerándonos la presión arterial nos tocamos, Toqué tu rostro lentamente, desdibujando las cicatrices de tus mejillas, analizando cada pequeño detalle que nunca pude notar. El azul de tus ojos que se veía cada vez más oscuro mientras tus pupilas se dilataban, nos miramos fijamente y pudimos encontrar en el brillo de nuestros ojos: soledad.

No dijimos nada porque no había nada que decir. Simplemente dejamos que las cosas fluyeran como lo hace el río hacia el mar. Mordí mi labio inferior por la expectación, queriendo sentir tus besos, y cuando al fin pude calmar mi sed de ti, de tus labios; tu calor inundo mi boca, la lleno de amor y complicidad. 

 Aprendimos juntos a besar, a disfrutar el rose simple de juntar nuestras bocas, a mover los pliegues al ritmo que el otro demandaba, a sentir y disfrutar la humedad de aquel musculo que entre batallas de poder transmitía intensas corrientes eléctricas a nuestra espina dorsal como residual de impacto generado entre tu lengua y la mía. De pronto nuestras manos estaban buscando a qué aferrarse; mi cuello, tu cintura.

Un calor profundo se apoderó de mi pecho, la reacción nuclear encendía cada uno de mis poros. Mientras tus besos comenzaban a crear veredas, decidí que debía corresponder incluso si el pudor tornaba mis mejillas en rojo.

El instinto era nuestra brújula y el mapa estaba escrito en nuestra piel, ¿teníamos miedo? Si, pero sentíamos la brisa de nuestros besos mojando ese pequeño rinconcito de epidermis en la frontera entre el cuello y los hombros, y fue suficiente para animarnos a seguir, para caminar juntos por aquellos parajes que ninguno conocía.

Éramos jóvenes e inexpertos; teníamos al miedo empujando para separarnos y la curiosidad incitando a unirnos cada vez más. El amor que disfrazamos de rivalidad mantuvo prendida la llama hasta llegar el amanecer.

16 años [SasuNaru]Where stories live. Discover now