Capítulo Ocho

451 69 89
                                    

—¡me voy a la casa de Victoria! —grité a punto de girar el pomo de la puerta.

Vicky era mi escapatoria cada vez que salía con Matthew. La realidad es que no la había visto desde hace dos semanas, desde que empecé a salir con él. Con la academia, Matthew y mi caos personal, no había tenido tiempo siquiera para llamarla.

Toqué el timbre del bus para indicar mi paradero, estaba nerviosa. Nunca había ido a la casa de Matthew y esta sería la primera vez. No conocía para nada el lugar, pero según lo que indicaba Google Maps estaba en el lugar correcto. Quedaba a cuarenta minutos de mi casa.

Bajé del bus y me arrepentí un poco de llevar falda. Intenté creer que lo hice por mí, pero ya sabía a quien quería impresionar. Matthew era mi única oportunidad de poder tener un romance normal. Lo Necesitaba, necesitaba algo que me ayudara a quitar mis pensamientos tristes y de alguna forma Matthew lo hacía.

Miré mis bototos negros mientras esperaba el verde para cruzar. Mi falda negra no se movía a pesar del viento y lo agradecía. Me sentía insegura al usar un crop top de manga larga que tomé del rincón de mi closet. De todas formas traía en mi mochila una sudadera roja bastante grande que si me la ponía cubriría la mitad de mi cuerpo.

Avancé unas calles más abajo y lo vi en una esquina. Sonreí a lo lejos y cuando estuve a su lado no pude hablar porque inmediatamente estampó sus labios contra los míos y Rodé los ojos. Aún no me acostumbraba a que quisiera besar mis labios a cada instante sin siquiera dejarme hablar.

Ya había pasado cerca de un minuto y abrí los ojos. Matthew seguía besándome como si el mundo se acabara y sentí unas enormes ganas de reír al verlo así, mientras que yo estaba demasiado consiente de la situación. Volví a cerrar los ojos, por si él los abría.

Sentí varios autos pasar y tocar la bocina diciendo frases como "¡consiganse una habitación! " o "¡respeten la vía pública!" y habría reído, de verdad. Lo habría hecho si no fuera porque a penas abrí los ojos me percaté del auto blanco estacionado al lado nuestro. Mierda.

—Avanza —dije tirando a Matthew del brazo mientras caminaba rápido.

—¿Qué? ¿Por qué? —preguntó confundido, tenía los labios hinchados. —¿qué pasa? —insistió.

No podía ser cierto, no a mí. Esto no estaba pasándome. Sentí el calor invadir todo mi cuerpo y la vergüenza también.

—¡Es mi papá! —hablé rápido —ese es su auto, lo sé. Me siguió y nos vio todo el tiempo.

Frené en seco asimilando la situación. Ya nos había visto, no podíamos simplemente irnos como si no hubiese pasado, ya no tenía caso.
Me giré resignada y avergonzada. Matthew se mantuvo callado todo el tiempo. Una vez de vuelta me acerqué a la ventana del conductor y el vidrio bajó casi automáticamente.

—Suban —soltó seco.

Miré a Matthew quien se veía igual de nervioso que yo. Obviamente no estaba más nervioso que yo, porque no era su maldito progenitor.

Mi padre siempre fue un hombre serio. Todos mis amigos le tenían miedo y por eso no se acercaban a él. Eso era fastidioso, ¿Saben? Lo peor de todo era que mi papá jamás estuvo presente en mi infancia, ni en mi vida. A pesar de vivir bajo el mismo techo que yo. Trabajaba todo el día hasta altas horas de la noche y no tenía más descanso que uno o dos días al mes.

Eso según mamá, pero yo ya no tenía trece años para creerme ese cuento. Hace varios años que había descubierto su doble vida. Él, mamá y yo lo sabíamos. Mi familia estaba sostenida bajo una mentira.

—Esto me decepciona mucho de tí, Alexandra. —comenzó mirando al frente todo el tiempo. —pero no voy a juzgarte. —finalizó mirándome a través del espejo.

Aaron Beckett ©| Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora