Capítulo Tres

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No pude dormir nada. En primer lugar, porque había quedado con Matthew mañana. Y en segundo lugar, porque la estúpida de Roxanne se había cortado las muñecas por mi culpa. No puedo evitar sentirme culpable al respecto. Jamás le dije que lo hiciera, pero mi viciosa acción si la llevó a eso, estaba segura.

Me lavé el rostro por quinta vez intentando disipar todo rastro de que no había dormido. Agradecía no sufrir resacas, de no ser así no estaría de pie. Eran las diez de la mañana y mis ensayos de banda comenzaban a las once, debía apurarme si no quería llegar atrasada a la academia.

Tomé mi violín en su funda y miré a Roxanne quien dormía plácidamente antes de salir de la habitación. La casa estaba silenciosa, aún todos estaban durmiendo.

—Menos tú, pillo. —dije cuando terminé de bajar la escalera.

—¿Ah? —preguntó inocentemente.

Mi hermano pequeño de seis años se encontraba sentado en el sofá. Entre sus manos tenía su tableta y al lado un paquete de galletas. Me acerqué a él y le quité la mamadera de la boca de un tirón. Me miró suplicante.

—Hazlo por tus dientes, Matthew.

Sí, Matthew. Mi hermanito se llamaba Matthew. ¿Casualidad o destino? No sé. Solo sé que mi hermano me odiaba por ser la mayor y ponerle reglas. Le quité la tableta y cerré el juego. Mi hermano estaba viciado en free fire y quizás cuantas horas llevaba allí frente a la pantalla.

—¡Consíguete un novio, amargada! —gritó molesto mientras corría escaleras arriba. Sí, seis años tenía. Reí internamente y me dispuse a salir de la casa.

El viaje en bus era realmente agotador cuando viajas con algún objeto que ocupe mucho espacio. No, en serio, era algo caótico.

—¡Niña, corre tu guitarra!

Rodé los ojos aguántandome las ganas de gritarle en la cara que no era una guitarra, sino un violín. Le dediqué una sonrisa para nada tierna y toqué el timbre para indicarle al conductor que esta era mi parada.

Al fin, me estaba afixiando ahí adentro. Ignoremos el hecho de que casi me caigo del bus en un espacio público.

—¡¿Tienes prisa, idiota?! —grité al conductor del bus que se alejaba cada vez más. Siempre corrían como si estuvieran en una maldita carrera de autos. —así es, ¡vete!

Caminé unos pocos minutos hasta llegar a la academia. Maldije mentalmente cuando me di cuenta de que el director estaba en la puerta conversando con una señora media regordete. Apresuré el paso cabizbaja.

No me verá, no me verá, no me verá, no me ver...

—¡Señorita Johnson! —habló cuando estaba de espaldas a él. Dejé de avanzar y me giré lentamente con la mejor cara de niña buena posible.

—Director Parra —respondí suspicaz mientras miraba de reojo a la señora que estaba hablando con él. Jamás la había visto por aquí. Se veía algo angustiada.

—Espéreme en mi oficina, por favor. —comentó fingiendo amabilidad. Debía ser por guardar apariencias frente a la señora. —estaré allí en cinco minutos.

Maldita sea. Miré a la señora quien me dio una mirada compasiva. Puse la mejor sonrisa que podía en el momento y me dirigí a pasos lentos a la oficina del director.

Esto no era nada bueno.

—Bien, supongo que ya sabe por qué está aquí —dijo el director Parra a penas entró a la oficina, exactamente cinco minutos después.

—Sí, yo... —me miró expectante mientras tomaba asiento. —lamento no poder venir, de verdad. Estaba enferma. —Mentí fingiendo una tos.

—Señorita Johnson, me sorprende de usted. —dijo con tono reprobatorio. —es una excelente alumna de nuestra academia, de todos los años que lleva aquí jamás había faltado a sus ensayos.

Aaron Beckett ©| Completa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora