Sesión número 7

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—Lo conoces muy bien —dijo ella, soltando un suspiro—. Cuando entré a su oficina hace una hora, estaba escribiendo un informe mientras masticaba una galleta.

—¡Workaholic de mierda! ¡Voy a tener que llamar a Minerva otra vez!

—Que llames a su madre no servirá y lo sabes... —Hope resopló—. Victor volverá al carril solo por un tiempo, pero... —Sus ojos verdes volvieron a inspeccionarme de arriba abajo. ¿Acaso se le había perdido una igual o qué? —. Si usamos el incentivo apropiado, no volverá a desviarse. Más bien, lo tendrás aquí todos los días a menos que tenga algún almuerzo de negocios del cual no pueda zafarse.

—En eso te doy la razón —¿Ahora Elliot? ¿Qué rayos estaban pensando esos dos?

La señora Adelaida anunció que la comida que había mandado a preparar Elliot, estaba lista. Mi jefe la empacó con cuidado y al colocarla sobre la barra, una sonrisa socarrona se dibujó en su boca... y estaba dirigida a mí. Esas sonrisas solo le gustaban a Miranda, porque a mí me daban miedo. ¡Era como tener en frente al gato de Alicia!

—¿Podría la gatita regañar al lobo por no comer?

—¡¿Qué?!

Hope sacó un pequeño cuaderno de su bolso junto con un bolígrafo y los colocó en mis manos.

—Estamos seguros que él te hará caso —dijo, sonriendo—. Regáñalo por no haber venido y recuérdale que es importante que cuide de su salud.

Tragué grueso y miré ambas cosas en mis manos; ¿ellos en verdad creían que Victor me haría caso? ¡Pero si jugaba conmigo a su antojo! Y como ejemplo ponía el día anterior. El idiota sexy se atrevió a aparecerse en mi casa a las cinco de la mañana porque, según él, no iba a tener tiempo en el día para vernos. ¡Eso era una falta de consideración! Y si hubiera estado dormida lo hubiera matado. Se salvaba porque no había podido pegar un ojo en toda la noche... Un segundo, ahora que lo pensaba, eso también era su culpa, ¡de él y su jodido beso!

¡Ay, Dios! De nuevo se me estaban subiendo los colores a la cabeza. De solo recordar el beso, mi cuerpo entero se acaloraba. Y eso que había sido en la mejilla, ¿qué pasaría si fuera en los labios? Mínimo me desmayaba, con seguridad.

«O te lo comes tú», sacudí la cabeza ante ese pensamiento loco.

—¿Lo harás, Isabella? —La burla danzaba en sus ojos azules y en ese momento pensé que prefería a Derek.

Había perdido la cordura, sí, señor.

—Lo haré, pero... necesito espacio.

Las sonrisas burlonas no se hicieron esperar, aun así, obedecieron. Se alejaron de mí para sentarse en una mesa y Elliot aprovechó para pedir un vaso de jugo para la futura mamá.

Resoplé... ¿Por qué todos los amigos de Victor eran tan intensos? Bueno... bien decían por allí que Dios los creaba y ellos se juntaban, ¿no?

Abrí el pequeño cuaderno y coloqué la punta del bolígrafo sobre la hoja, pero no se movió. Estaba en blanco. Miré a los amigos de Victor y consideré en pedirles apoyo, pero... sería inútil. La idea era que fueran mis palabras las que lo hicieran recapacitar, no las de ellos. Solté un suspiro, gracias al proyecto había logrado conocer mucho de él, pero eso no me daba derecho a meterme en su vida y mucho menos a regañarlo. Quizás por eso el bolígrafo permanecía inmóvil sobre el papel.

Lo aceptaba, me sentía culpable de lo que había pasado en nuestra última sesión, jamás quise tocar temas que pudieran incomodarlo... y mucho menos pensé que una pregunta como la del día anterior, fuera a remover tanto en su interior. Su melancolía y su tristeza fueron tan intensas que... las sentí como mías.

21 preguntas para enamorarseWhere stories live. Discover now