La cebaba a todas horas, al principio la lamia encontró encantador que cada mañana junto a su lecho apreciase como por arte de magia un cofre repleto de sus peces favoritos, cuando no moluscos varios o crustáceos del tamaño de morenas. Pero en cuanto duplicó su peso, y con ello su estómago, quiso ponerle remedio restringiendo su dieta, pues detestaba ver esa protuberancia anormalmente inflada destacando como un faro. No le pasó desapercibido que cada vez que se negaba a comer Alecton se tornase huraño y meditativo. Lo achacó a sus miedos de padre primerizo y en su presencia, mordisqueaba cualquier pieza en un afán por complacerlo.

-Últimamente no me siento bien. -Resultaba evidente que las escamas de Electa fueron perdiendo pigmentación y su sentido del gusto a deteriorarse. Su difunta madre jamás le había mencionado que este tipo de cambios tuviesen lugar durante el embarazo, y queriendo documentarse, encontró que eran un fenómeno habitual entre parejas interespecies. Lo mismo que la aceleración gestante, ya de por sí rápida entre los sobrenaturales. – Siento retortijones. Creo que debería tocar tierra y hacer que un médico me revisara.

-¡No! Mi estrella, es normal....conozco un par de parejas que criaron y manifiestas los mismos síntomas. –mintió. –Sé de algo que calma los calambres, duerme un rato mientras voy a conseguirlo.

-Pero...

Alecton la asió por los hombros y la empujó hacia el fondo de la cueva, donde un pequeño nido de algas la arroparía.

-Descansa. Hazme caso.

La miró como un tesoro, como si ella fuese la única luz en medio de un abismo. Así que capituló, enamorada. Ya no intimaban sexualmente pero con sus miradas, gestos y mimo no le cupo duda de que la deseaba tanto o más que al principio. Cuando volvió, mucho más tarde, sostenía entre sus manos un mamífero gravemente herido. De hecho, el salobre gusto de la sangre fue lo que la despertó.

-¡Pero qué...! ¿Qué haces?

Depositó un delfín a los pies de su cola, era hembra, estaba asustada y su mirada perdida era de quien se daba ya por vencido. Le colgaba el cordón umbilical, fue atrapada justo después de dar a luz.

-Su leche calmará los retortijones. No tiene el mejor sabor, pero es sana y reforzará el esqueleto de nuestras crías.

-¡¿No podías conseguirla de otra forma?! –exclamó sobrecogida. La sangre y la situación le provocaron arcadas. Su vientre se contrajo arañando su interior, como si sus pequeños pudiesen ver el exterior y quisieran participar de él. Devolvió todo cuanto comió ese día, Alecton le acarició el lomo y cuando ya no le quedó nada se sintió tan saturada que no tuvo fuerzas para apartarlo. Ni siquiera cuando le acercó el delfín a la boca, apretó su costado y la leche empezó a gotear hacia su paladar.

-Pero Electa, la lactina se hubiese podrido si le hubiese quitado la vida. ¿Y acaso no es mejor tomarla calentita?






                    Empezaba la cuenta atrás para ver nadar a sus crías. El kraken aprendió que las serpientes a diferencia de las sirenas contaban con una matriz hiperresistente, diseñada para engullir grandes presas y propulsarse en el agua con facilidad. También su piel era muy flexible y eran capaces de dislocar partes de sus cuerpos para hacer más sitio en una puesta. Por lo que le contaba Electa, sus hijos nacerían en pequeñas huevas individuales recubiertas de nutrientes, que romperían cuando absorbieran todo cuanto pudiera sustentarles. De modo que la última parte del proceso de gestación ocurriría fuera del cuerpo de la lamia, aumentando las posibilidades de que sobrevivieran la madre y su descendencia.

-Esta vez será diferente. –Se prometió.

A Alecton le gustaba bajar a las profundidades del océano, a su residencia de roca en el abismo; su verdadero hogar. Aquí podía ser él en todos los sentidos, olvidarse de disfraces y dar rienda suelta a su verdadera naturaleza.

Había tallado una nueva estancia con sus dientes a contrapendiente para sus retoños; para el sinnúmero de neonatos que llevaban su sangre pero que jamás pudieron llegar a nadar a plena mar. Aun los lloraba.

De las paredes sobresalían sus diminutos cráneos, conchas rellenas de ojos sin alma que parecían acusarlo. Era cuanto quedaba de ellos. Jamás los vería jugar con tiburones, emerger de una corriente para darle un abrazo furtivo o engatusar a una presa durante su primera lección de engaño. Había sido tan efímera su existencia....mientras que la de él tan larga. Si hubiese habido algún modo de trocar sus posiciones, sin duda lo hubiese hecho. Más su destino era el que era.

Encogiéndose por dentro, dejó atrás el mausoleo, su pasado...; y puso rumbo a su presente y futuro, rumbo a Electa.


Continuará....

Nota de autora: ¡Queda un  capítulo para el final!

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⏰ Last updated: Mar 11, 2020 ⏰

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