Capítulo 7

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Mientras paseaban entre la flota de barcos hundidos Electa no pudo sino pensar en lo fascinante del bajo mundo. A lo largo de los siglos los seres humanos parecían haber convertido en deporte el matarse entre ellos y este lugar era un claro ejemplo de ello. Más de una veintena de navíos de distintos tamaños y épocas aguardaban como tristes testigos de lo que antaño fueron.

-Algunos se conservan bastante bien pero la mayoría son solo chatarra. –Habló en el lenguaje de las burbujas y Alecton no pudo sino cabecear en un asentimiento. Aunque no era la clase de lugar que ella hubiese escogido para una primera cita, el misterioso cementerio albergaba cierto encanto. –Dime, ¿cuál de ellos despierta tu curiosidad? –La pregunta vino acompañada de un sutil movimiento de cola que por un instante acarició el tobillo del kraken, éste no pudo sino recoger el guante.

La atrapó en un gentil abrazo pero imbuido de la fuerza necesaria para que de un tirón pudiesen parapetarse por la cubierta del galeón en el que se hallaban, la lamia emitió un sonido de vacío como de botella al descorcharse propiciado por la sorpresa, caían en vertical y cada segundo era mayor la velocidad que adoptaban. A Electa el corazón le iba a mil y aunque temía a los monstruos de las profundidades nunca se planteó que estuviese abrazada a uno. Mientras observaba el reguero de burbujas que dejaban a su paso solo esperaba que con la misma rapidez que eran capaces de bajar también lo fuesen para subir, o se vería en un aprieto.

El viaje duró varios minutos y cuando por fin tocaron fondo la lamia no pudo evitar mirar en todas las direcciones en busca de depredadores

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El viaje duró varios minutos y cuando por fin tocaron fondo la lamia no pudo evitar mirar en todas las direcciones en busca de depredadores. Alecton la serenó con un beso. Le gustó más de lo que jamás antes le había gustado un beso, quizás porque no se lo esperaba. Fue suave, pasional, como quien saborea un manjar exquisito. Sus escamas se lubricaron y se sonrojó sin remedio. De repente se volvió mucho más consciente de su entorno pero sobretodo de sus deseos, si se lo proponía, pensó ella, si le planteaba copular aquí y ahora, no se negaría. Sin embargo la soltó, deshaciendo el íntimo abrazo y la animó a que mirase al suelo.

Pese a encontrarse a bastante profundidad se filtraban igualmente los rayos solares y el ambiente adoptaba cierto tono verdoso a consecuencia de las plantas arraigadas en el fondo marino. Una alfombra alta y esponjosa que le hacía cosquillas contra las escamas. De ella sobresalía lo que parecían los restos de una barca de apenas dos metros, principalmente de madera ya podrida. Alecton levantó algunas tablas y emergió una colonia de ermitaños escondidos en una bota transparente, eran adorables y en cuanto los vieron se apretujaron más contra una de las esquinas. Pero su acompañante siguió rebuscando y cuando estaba a punto de agacharse para ayudarlo quedó a la vista un pequeño cráter lleno de flores acuáticas del que destacaban decenas de ostras del tamaño de una aleta.

-Espero que tengas hambre.

Electa tuvo que reprimir una torpe sonrisa de colegiala, nada propio en ella pero que evidenciaba lo mucho que el macho le gustaba.

Se pusieron cómodos y no tardaron en comer de la palma del otro en una muestra de cariño y coqueteo, tales prácticas eran el modo más común en que un Kraken conseguía la atención de una hembra de su especie. Tendían a matar un bicho grande, como un cachalote o una cría de ballena y lo depositaban postre los tentáculos de la fémina, si ésta estaba interesada devoraría el animal compartiéndolo con el oferente del mismo, pero sus esfuerzos no quedarían ahí pues debería seguir capturando presas hasta que ella lo llevase a su guarida en la que por fin sellarían su unión en un acto descarnado de furia y sexo. Alecton lógicamente no podía seguir tales pautas con la lamia, pero había querido replicar en la medida de sus posibilidades tal tradición. Ella le gustaba y por ello quería que fuera especial.

Le costaba no apartar la vista del filamento de escamas que centelleaban ondulantes sobre los hombros de Electa, su cuerpo, proporcionado, lo acompasaba con una cadencia elegante propio de una reina. De vez en cuando veía la cola de serpiente enroscarse sobre sí misma, dejando entrever solo la mitad superior de su cuerpo, como quien brota de un regalo, lo miraba con cierta picardía y le resultaba un muy entretenido y sugerente baile. A veces la mente del kraken se perdía y se imaginaba rodeado por esa cola más suave al tacto que el agua. Los imaginaba juntos, en las profundidades...

-Si mi madre, que el Mar la tenga en su gloria, supiese que he bajado aquí, resucitaría solo para matarme. –rió.

-¿Era del tipo sobreprotector?

-Bastante. Solo me tenía a mí. Fue madre soltera siendo ella muy joven y se pasaba el día pegada a mi cola. ¿Tú tienes familia Alecton?

- No, ya no. La mayoría perecieron en un maremoto y los que no...-Adoptó un semblante serio, se había encorvado sin darse cuenta y sus ojos, ya de por sí macilentos parecieron volverse aún más pálidos. – Te ahorraré los detalles escabrosos.

-La muerte nunca es escabrosa, solo irreversible. Por más horrible que ésta sea, al final, lo que nos hace temerosos es el dolor que puede vinculársele. Pero la muerte como tal no debería afectarnos.

Alecton no opinaba igual, a su mente acudieron las sirenas que fecundó, todas sus crías muertas obligadas a canibalizarse para sobrevivir y el pavor absoluto en el rostro de las madres. No había nada de digno o hermoso en ello y todo aquel sufrimiento no llevó a ninguna parte. Él hacía tiempo que escurrió el bulto, no asumía la responsabilidad de sus muertes atañéndolas a meras consecuencias de una mala genética. No le hubiese importado morir o padecer mil dolores si con ello conseguía su tan ansiado sueño, la paternidad. Porque al final del día, cuando cerraba los ojos el único temor que lo acechaba era la soledad. Tras una larga existencia solo, únicamente le preocupaba perpetuar su especie. Dejar sus genes en seres que en algún modo lo recordasen.

-Supongo que cada uno tiene sus miedos.

Viendo el cariz tenebroso de la conversación Electa no tardó en focalizar la atención en otros temas. Las horas pasaron muy rápido y repitieron más citas como aquella.

A la lamia le era difícil olvidar todo cuanto le hacía sentir el tritón. Soñaba con esos ojos apagados de vida y pesados párpados enmarcados por cejas de oro, le encantaba verse rodeaba de esa melena dorada, como una telaraña diseñada solo para retenerla a ella. Cuando le acariciaba la espalda o los hombros en un saludo sutil, no podía evitar pensar en lo que sería que la desnudase, vivía para los pequeños instantes, la efemiridad del momento en el que se juntaban. ¡Maldita sea, estaba tan enamorada!

El KrakenWhere stories live. Discover now