Encrucijada

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Estoy tomando un baño cuando el teléfono residencial comienza a repicar. Sé que lo más probable es que sea mi madre.

No puede mantenerse fuera de contacto.

Cierro la llave de la ducha y salgo, envuelvo mi cabello en una toalla y mi cuerpo en otra, voy a destilar agua por la madera del piso, pero debo atender antes de que mamá colapse las líneas telefónicas, llame a la policía o los bomberos para que vengan a derribar la puerta del apartamento. No sea que haya perecido en el sueño.

—¡Mamá! —contesto sin molestarme en ver el número en el identificador.

—¡Annabelle Esperanza! —exclama ella en alivio.

—Aquí estoy mamá —digo poniendo los ojos en blanco.

—¿Cómo ha estado tu día de trabajo? ¿Te has sentido bien? —inquiere sin ocultar su preocupación.

—Sí mamá, todo ha ido bien y no he tenido mareos, ni dolores de cabeza.

—Estás hablando raro, has agarrado el virus de la gripe —dice ella dejando implícito que vuelve a estar preocupada.

—Mamá no tengo gripe, es solo que estoy agotada y estaba dándome un baño.

—Está bien. Solo quisiera que te acordaras más de llamar a casa y decirnos como estás. Antoniette lo hace, ¿por qué no puedes hacer lo mismo? — Hay un reclamo implícito.

—Lo siento mamá. Prometo ser más considerada —lo digo con franqueza. Dejaré de ser una especie de aislante para las personas que quiero y me quieren.

—Ahora debo dejarte y regresar a la ducha, de lo contrario si me dará gripe —sonrío.

—¡Dios te Bendiga! Cuídate mucho y recuerda que te amamos —agrega ella con una nota melancólica.

—Saludos a papá, mamá. También los amo —digo y siento un nudo formándose en mi garganta.

¿Qué demonios pasa conmigo hoy que estoy tan llorona? Ya me parezco a María Magdalena...

Doy la bienvenida a la reinventada Annabelle, reinventada o renacida de las cenizas, de los vestigios infortunados de la vida. Y traigo conmigo a la tonta sentimental que he sido siempre. Durante lo que resta de día lloro como magdalena desconsolada, siento morir, vuelvo a sentir y reconozco que me duele estar viva.

Y es él. Christopher, quien me ha devuelto a la vida. Así que, bienvenido el maldito dolor.

                                                       ***

El martes he ido al médico para retirar mis puntadas antes de llegar al trabajo. Me reúno con JP para un almuerzo y terminamos hablando de sus aventuras en Europa y la novia que tuvo durante un año, a la que creyó amar y que por razones que él se negó a decirme terminaron dejándose. Todo lo cuenta con una naturalidad que me descoloca. Sin embargo, no lo juzgo.

Al llegar a casa por la noche, observo que en mi contestador hay mensajes. Mi perversa ilusión espera que sea una llamada de Christopher. Son dos, así que escucho la primera, es solo silencio. Sin embargo, percibo una respiración, lo que no sé es si ha sido adrede. Paso de ella y con una renovada esperanza me dispongo en oír el siguiente, es la misma respiración. Asumo que es un idiota sin oficio, de esos a los que les gusta hacer llamadas para molestar. Decepcionada voy a darme una ducha para luego cenar.

Es miércoles y salgo del edificio por la puerta de enfrente, donde me espera un taxi que en recepción han pedido. Añoro mi carro, de verdad, en esta ciudad es muchas veces necesario. Tambien extraño a... no. Cancelo el pensamiento justo cuando me subo al uber y doy la dirección antes de arrepentirme y declinar a mi propósito de alejarme de él. Lo haré, al menos hasta que descubra qué es lo que siento, si atracción o un sentimiento más profundo.

Con miedo a amarWhere stories live. Discover now