Continuar

55 4 0
                                    

—¡Bienvenida! —Silvia mi asistente me recibe esta mañana.

Es el día que me reincorporo al trabajo, no ha sido fácil haber guardado el reposo y sobre todo llevar el collarín todo el tiempo por siete días, a duras penas he soportado estar en casa y el molesto inmovilizador, porque mi jefe me obligó a tomarme una semana más antes de incorporarme, eso gracias a lo que dicen muchos que tengo; "obsesión por el trabajo". Además, mi madre estuvo todo momento sobre mí, solo estuve esperando a que se cumpliesen los días recomendados por el doctor para deshacerme de él, —suena inconsciente—, pero ese día fui feliz. Mamá se fue ayer domingo con papá, él no dejaría ni por asombro su trabajo, no obstante, vino de visita unos días y se marcharía con ella.

—Gracias Silvia —digo entrando en mi oficina—. Necesito que archives unos casos a los que les redacté conclusiones y me pases el archivo que tengo del caso del matrimonio Marín —le recuerdo en lo que intento sentarme frente a mi escritorio.

—Ya sabía que no te quedarías quieta ni siquiera porque estabas convaleciente —dice sonriendo, tomando las carpetas—. Sabes que todavía podías tomarte más días, tienes tiempo de no usar tus vacaciones.

—Sí, pero ya me siento estupenda. No necesito quedarme en casa a ver el techo —respondo.

—Eres incorregible, necesitas tomarte un descanso, tanto trabajo no es bueno. —Me sermonea como es costumbre.

—Estaba ansiosa, no me encontraba dentro de mi apartamento, Silvia. Estar en reposo es lo peor que podría pasarme —admito con franqueza.

—Bueno Doctora. Recuerda que debes ir a retirarte las puntadas —sonríe y se detiene antes de salir—. ¡Ah! Casi lo olvido... Hace unos minutos han llamado para confirmar un almuerzo —Silvia sonríe con picardía—. Es una invitación a almorzar.

—¿Invitación? —Niego con la cabeza—. ¿Con quién? —pregunto intrigada.

—Con... a ver... Christopher Drummond —responde ella mientras revisa en la agenda, cierro los ojos asintiendo.

Supongo que la emoción de regresar a entumecer mi mente con el trabajo, me impidió recordar esa cita. No digo nada, la miro fijo y continúo en silencio, pero ella me observa como si esperase una respuesta de mi parte.

—Está bien —asiento y vuelvo la mirada a mi computador.

—Entonces le confirmo —asume con una taimada sonrisa, a la vez que cierra la puerta de mi oficina.

Asiento. Drummond nunca se da por eludido. ¿Por qué acepté esa invitación? Él suele afectar mi sistema. Todos los días llamaba a preguntar cómo me sentía o para ver si había recibido el arreglo de flores, —rosas, todas ellas—, es sin duda mi flor favorita, a todos les gustan las rosas, sin embargo; a mí me encantan. Recibí una gama de colores, había al menos una docena de rosas blancas, rosadas, anaranjadas y rojas, debo admitir que me quedé atónita ante lo inesperado del presente, sobre todo porque no teníamos mucho de conocernos. Cada vez que llamaba se escurría raudo y con distinción sin darme tiempo de ahondar en el tema del seguro y el hecho de que se encargase de todo lo concerniente al choque.

Si bien no se había pasado cada día por mi departamento, cumplía con estar presente de una u otra manera. La primera vez que lo hizo fue el día después de la llegada de mi madre.

                                                                   ***

—Yo abro —anuncio a mi madre que se encuentra en la cocina.

Me muevo lento debido al dolor que remite en mi cuerpo, aparte del collarín decorando mi cuello y logrando hacer mis movimientos cada vez más mecánicos. Mayor es mi sorpresa al verlo de pie al otro lado de la puerta, con una camisa azul celeste recogida hasta tres cuartos en las mangas y unos jeans negros, tan perfecto como si llevara un traje, no puedo evitar que mi corazón se agite con violencia dentro de mi pecho, mi boca se seca de repente y mi cerebro obnubilado me impide hilar un pensamiento que no sea lo brutal y hermoso que se ve.

Con miedo a amarWhere stories live. Discover now