Dos lobos y un bebé

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— ¿Tienes alguna idea de cómo cuidar a una niña?

Colby miró a su pareja como si fuera un extraterrestre.

¿Qué demonios iba a saber él de niños? Había sido el pequeño de sus hermanos y nunca tuvo tratos con críos.

No, no tenía ni idea de que iban a hacer con la pequeña. Estaba improvisando sobre la marcha.

— Estoy tan perdido como tú. ¿Cómo lo hacía mamá? – Jon se encogió de hombros.

— Ni idea.

La razón de esa conversación era que la pequeña Carol en ese momento lloraba desconsolada sin motivo aparente. Colby pasó lista mentalmente. Le habían dado de comer, cambiado el pañal, bañado y puesto una camiseta prestada de Aidan como camisón.

¿Por qué lloraba?

El joven lobo miró a la pequeña en sus brazos, angustiado, y dio un par de paseos por la habitación, intentando calmarla.

Su pareja le observaba con aire burlón, lo que le molestó y le puso más nervioso. Como si no lo estuviera bastante.

— ¿De qué te ríes? – le siseó. El otro le sonrió, claramente divertido.

— De nada. Solo pensaba que estas adorable con un niño en brazos.

— Pues no te emociones. Viendo lo mal que se me da, es una suerte que no podamos tener cachorros. – eso arrancó una carcajada a su pareja.

— Primero, no se te da tan mal. Demasiado bien lo estás haciendo, la verdad. Segundo, podemos hacer como nuestros padres y adoptar, ¿sabes? Pero ya hablaremos de eso cuando pase la tormenta con La Orden.

— Y la de la niña. Carol, pequeña... ¿Por qué lloras? ¿Qué tienes? ¿Qué quieres?

La pequeña sollozó más fuerte haciendo que el lobo se estremeciera de angustia. Su pareja soltó una risita y alargó los brazos, pidiendo al bebe.

— Dámela un segundo.

— ¿Estás seguro?

— Puedo oler tu estrés desde aquí. Y estoy seguro de que ella también. ¿Por qué no vas a calentar un poco de leche, para ver si así la calmamos un poco?

— Buena idea.

Jon casi rio de nuevo ante el alivio del otro cuando le pasó a la pequeña. Esta no dejó de llorar a pesar del cambio, pero el lobo no se amedrentó. La sujetó con cuidado, apretándola contra su pecho y empezó a pasear por la habitación cantando bajito una canción que su madre adoptiva usaba cuando las pesadillas le quitaban el sueño y la tranquilidad.

De los tres, Jon fue el que peor se adaptó a su nueva casa, una vez fueron adoptados por los alfas. Casi todas las noches tenía pesadillas, no hablaba y se mostraba arisco con cualquiera que no fueran sus hermanos.

Su madre tuvo que ser tremendamente paciente con él para conseguir ayudarle. Tras varias semanas sin dormir, una noche de tormenta Jon no pudo más con sus demonios y salió de su habitación aterrado. En el pasillo se tropezó con su madre, quien iba a comprobar que sus niños estuvieran bien.

Asustado, agotado y lleno de pena, se abrazó a ella buscando consuelo y algo de paz. Fue la primera noche que Mary le cantó aquella canción y la primera en la que pudo dormir más de dos horas seguidas.

Así que, irradiando toda la paz que pudo, empezó a cantar bajito al oído de la niña que fue dejando de llorar poco a poco hasta adormilarse en sus brazos.

— ¿Cómo lo has hecho? – susurró Colby, acercándose con la leche. No tenían biberón así que la traía en un vaso pequeño.

— ¿Qué quieres? ¡Las chicas me adoran! – el otro soltó un bufido, divertido.

— ¿Esa era la canción que te cantaba mamá?

— Siempre funcionó conmigo así que tenía que funcionar con ella también.

Colby se acercó y le dio un beso suave en los labios.

— ¿Sabes? A lo mejor no es tan mala idea que discutamos lo de la adopción cuando todo esto acabe.

(Este relato es una escena de un capítulo en la novela Lobos, disponible en Amazon)

Relatos de la novela Corazón de cazadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora