prólogo.

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Raúl se despidió de su amigo Daniel y salió del bar, dejándole junto con la demás gente, desconocida para ambos.

No le convencía para nada el hecho de dejarle ahí solo. Daniel era un chico que se distraía con facilidad, era algo alocado, y la idea de dejarle en un bar por la noche no le gustaba para nada.

El chico había acabado convenciéndole de que se fuera, que él podía cuidar de sí mismo.

Y Raúl no dudaba de eso, pero tampoco podía confiar plenamente en él. No sabiendo cómo era y cómo se podía poner en determinadas situaciones.

Pensando en todo aquello, comenzó a caminar por las desiertas calles de Barcelona. Eran cerca de las dos de la mañana de un viernes, y la mayoría de la gente estaba en sus casas o en bares o discotecas.

Apenas pasaba algún coche por la carretera, y el silencio era casi absoluto, descontando el ruido de las escasas gotas de agua que habían comenzado a caer.

“Espero que no se ponga a llover”, pensó Raúl. Aquello le fastidiaría mucho, ya que no llevaba paraguas y su chaqueta no tenía una capucha con la que pudiera cubrirse.

En un momento pensó en parar un taxi para que lo llevara a casa, pero no tenía mucho dinero encima y temía que no le llegara para pagar el viaje, así que descartó la idea.

Se limitó a desear que Daniel no hiciera ninguna estupidez mientras se concentraba en su música, la cual escuchaba a través de sus nuevos auriculares.

Pese a tenerla a un volumen bastante considerable, al pasar cerca de un callejón oyó unos ruidos que lo paralizaron.

Comenzó a oír unos sollozos que hicieron que un escalofrío le recorriera la espalda.

Se quitó los auriculares y caminó hasta la entrada del callejón, donde los descontrolados sollozos, gemidos e hipidos se hacían más audibles.

Lo primero que sintió Raúl fue miedo, pero ignoró por completo ese sentimiento para entrar en el callejón, con el objetivo de ayudar a aquella persona que lloraba sin parar.

Caminó lentamente hasta el final de éste, sin ver a nadie por allí. La abrumante oscuridad no ayudaba para nada.

Después de otear en la oscuridad por unos segundos, distinguió la silueta de un cuerpo tirado en el suelo, escondido detrás de los cubos de basura.

Se acercó con cuidado al cuerpo y vio que se trataba de un chico. Tras examinarlo, se dio cuenta de la ausencia de varias prendas en aquel chico.

Manteniendo la distancia con él, se agachó y pudo ver las heridas en su rostro y los moratones y cortes en gran parte de su cuerpo.

El chico continuaba llorando sin consuelo, tratando de tapar su cuerpo con las escasas y rasgadas prendas de ropa que llevaba puestas.

Comprendiendo lo que había sucedido, Raúl no pudo evitar sentir pena por aquel chico.

Aunque, en cierto modo, también estaba feliz. Estaba feliz de que hubiera sido él el que le había encontrado, y no cualquiera otra persona que pudiera dañarle aún más.

En ese momento, se propuso algo muy seriamente. Se propuso algo que estaba dispuesto a cumplir sí o sí, pasase lo que pasase.

Se propuso ayudar a aquel chico cada vez que lo necesitase.

Con ese objetivo en la mente, se acercó a aquel castaño, cuyas mejillas, rojas por las heridas, estaban cubiertas de lágrimas. Lágrimas que caían sin cesar.

No quería incomodarle, de modo que optó por no tocarle. Ante todo, quería que se sintiera seguro. Quería que supiera que él estaba allí para ayudarle, y no para hacerle daño.

—¿Estás bien? —preguntó.

Raúl se quería golpear con fuerza a sí mismo después de haber hecho aquella pregunta.

¿Estás bien? ¿En serio, Raúl? ¿Eso es lo mejor que se te ocurre decirle a alguien que acaba de ser violado?”.

—V-vete.

seguro ; luzuplay.Where stories live. Discover now