Capítulo 4: Repugnante

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Traté de hacer el viaje lo más rápido posible. Ir a la escuela, dejar a Amera cerca para que pudiera llegar a tiempo a sus clases, conducir de vuelta a casa y ahogarme en calmantes. Esperaba haber disminuido los daños anoche con los primeros calmantes. Ahora reafirmo que el húmedo clima del país es tu peor enemigo cuando quieres mantener a raya el dolor provocado por golpes.

Decidí subir el techo del convertible cuando el aire se volvió insoportable y comencé a sentir que iban a cerrarse mis ojos por el dolor. Fue muy poco y durante poco tiempo, pero ayudó lo suficiente para poder regresar a casa sin preocupación de que pudiera verme involucrado en algún accidente. Eso hubiera sido fatal para todos. Al llegar a casa el primer lugar que captura mi atención en la cocina.

Pongo a hervir agua en la tetera después de encender la calefacción. Podría rendirme ante el impulso de empapar una de las toallas de cocina en el agua hirviendo y ponerla en mi cara, sólo para tener una razón distinta para quejarme. Sin embargo no lo haré. Por muy tentadora que sea la idea sólo empeoraría la situación, tomarme una buena taza de té es la mejor opción para este tipo de situaciones. Normalmente es tu madre quien dice que es lo que ayuda cuando te duelen los moretones que te dejó tu padre.

Bueno, no es el caso de la mía. Está tan enfocada en su propio trabajo que no tiene ni tiempo de darse una vuelta por la casa y preocuparse por su hijo. Suficiente hizo yo al dar media vuelta mientras mi padre se descargaba contra mi rostro.

—Estoy acostumbrado...

La casa me devuelve mis palabras, recordándome lo solitaria que es la vida de un Áilleach.

Muchas personas quisieran ser parte de la familia, dejándose llevar por todas las fabulosas cosas de las que siempre habla mamá durante sus entrevistas. La perfecta y abierta relación que tiene con sus hijos; «no hay secretos entre nosotros y confiamos el uno en el otro». Es la respuesta automática cuando alguien se adentra en el tema, después de todo debe de ser difícil criar dos gemelos adolescentes. Mamá responde la misma forma siempre, con una suave risa mientras agita la mano en el aire.

Eso sin mencionar a mi padre.

Gilbert Áilleach que trasladó el poderoso nombre de su familia desde Escocia para darle impacto en un país distinto. Al principio era divertido, sentarnos en la sala y preguntar cuales habían sido los trucos mágicos de papá para que nuestro nombre fuera tan reconocido, él siempre cambiaba la respuesta, alegando que no había sido uno solo.

Ahora ni siquiera estoy seguro de querer saber nada más.

Es prácticamente imposible que alguien pueda reconocernos si estamos en la calle, jamás hemos salidos en pantalla o se han publicado fotografías nuestras con mamá. Sin embargo existen las excepciones, quienes parecen reconocer a mi padre en mi rostro o en el de Amera, sólo durante esas extrañas ocasiones se siente que la soledad disminuye.

—Bueno, lo mejor será prepararme el té y dormir.

La tetera me responde al silbar. Mi agua finalmente está lista.

Acabo de recostarme en el sillón para una buena y larga siesta cuando mi teléfono suena, sin fijarme en el nombre de la pantalla contesto a la llamada.

—¿Diga?

—¿Te reportaste enfermo? —Las mejillas me duelen al sonreír. Hazel no suena ni tantito preocupado por mi—. Porque te aseguro que no voy a perdonarte el dejarme plantado en clase de matemáticas, ¿tienes idea de jodido que es ser el pobre estúpido al que le preguntan todo?

Desde mi casa muevo la cabeza en señal afirmativa.

Si lo sabré yo. Ese es mi papel natural en la escuela. Ser el cerebrito de todas las clases al que siempre recurren los profesores cuando el resto de la clase no tiene el ánimo de participar. Mi responsabilidad como alumno estrella es sacarlos del apuro y avergonzar a todos mis compañeros recordándoles que sus dos neuronas nunca terminaran de ponerse de acuerdo.

Pecados de Sangre | Disponible en Amazon KindleWhere stories live. Discover now