Capítulo 2: La última vez

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Una fiesta cuya única finalidad es permitirles a los invitados disfrutar el sexo con sus parejas o conocer nuevas compañías realmente es el peor sitio para buscar sólo a una persona. Las luces cumplen a la perfección su función de ambientar, es imposible distinguir la figura de nadie más allá de mi nariz. Son sólo borrones grises.

Y aquí estoy yo, como un estúpido queriendo encontrar al anfitrión.

Roger y yo hemos sido buenos amigos por varios años, además me dio su maldita palabra. ¿Cómo es posible que de todos los días posibles para comportarse como un cretino eligiera este día en particular? Siento una situación diferente nunca habría salido de la habitación de esa forma.

Vamos, Ryan, piensa maldita sea.

Lo conozco tan bien como él puede conocerme a mí, si él quisiera buscarme sabría exactamente en dónde buscar, un lugar concurrido y muy probablemente con una copa en la mano. Él siempre ha detes... por supuesto. Roger encuentra desagradable estar rodeado de varias personas mientras está ocupado de sus asuntos, tiene que estar en un lugar reservado, una habitación sólo para él, como la que dejó dispuesta para mí.

—¿Dónde está Roger? —Eri, la chica encargada de la improvisada recepción retrocede al verme golpear la mesa—. ¡Eri! —Exijo una vez más para sacarla de su sorpresa.

—A-arriba, Ryan, una habitación después de la tuya.

¿Qué?

Eri parece percibir el efecto que tuvo su respuesta, se aleja del mostrador temiendo que pueda descargar mi coraje contra la mesa y ella salga lastimada. Pero no es así. Decido tragarme la bilis regresando por el camino que vine en primer lugar. Los borrones de invitados se convierten en absolutamente nada, mi visión se concentra en cuidar mis pasos, subir los escalones saltándome uno con la esperanza de llegar a tiempo.

Y al quedarme de pie en el pasillo dónde mi habitación se encuentra siento pánico, en la prisa de encontrar a Roger y regresar toda información referente a los números se borra de mi mente.

No puedo ni recordar cual de todas las puertas era la mía. Me invade el pánico y un miedo aterrador, si conozco a Roger no habrá dudado ni un segundo en ofrecerle un trago, para calmarla, eso juega completamente en mi contra. El instinto me exige actuar rápido, pensar en una solución cuanto antes. Mi respuesta ante la crisis es abrir puertas. No me importa interrumpir asuntos ajenos porque ellos ni siquiera se dan cuenta de mi presencia.

—¿... e sientes lista?

Ahí.

Esa voz yo la conozco.

Invadido por el miedo y atormentado por mis propias ideas sobre lo que ocurrirá tras esa puerta no me doy cuenta a tiempo del seguro en la puerta, simplemente arremeto contra ella impulsado por el corto camino del pasillo a la madera, tras el impacto del golpe una maldición me da las gracias por mi intromisión. Actuando por inercia avanzo evitando mi caída y en su lugar utilizo el impulso para empujar a Roger de la cama llevándolo conmigo al suelo.

—¡Mierda, Ryan! ¿Qué diablos pasa contigo?

—No... ella no, Roger —jadeo tratando de reponerme.

Ojalá me hubiera dado una respuesta, no aquel gesto de cabeza, inclinándola hacia un costado como si no tuviera idea de lo que le estoy hablando. Porque eso sólo le echa leña al fuego que arde en mi pecho. Dificultando la tarea de controlarme. Tras lo que me parecen horas, se endereza tratando de apoyarse en el muro, sin quitarle los ojos de encima rodeo la cama deteniéndome frente a Amera quien parece estar inconsciente.

Pecados de Sangre | Disponible en Amazon KindleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora