2| Al paso que vamos, nunca me dará nietos

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Elizabeth

Terminé de colocarle mermelada a la tostada cuando apareció mi hermana en la puerta de la cocina, picándose el ojo.

—¿Te caíste de la cama o que? —dice, mirándome extrañada.

—Yo no, pero por lo visto otra si —sonrió, dejándole el desayuno.

—Huevos fritos y pan tostado —se queda observando el plato, pensado—. Ya venga, ¿Qué hiciste? ¿Te vas a morir verdad?

La observo, frunciendo el ceño.

—¡Claro que no! ¡Solo quise ser cordial!

—Sobre todo tu —dice irónicamente Jared, mi cuñado, sentándose al lado de Carla, robándole una tostada.

—¡Oye! —se queja.

—Recuerda, la mitad de todo es mío, cariño, incluyendo lo que comes —dice, mostrándole el anillo.

A lo que ella responde, levantando su dedo corazón, sonriendo.

—Recuerda eso cuando te quite la tarjeta de crédito.

Niego con la cabeza, mirando el reloj. Eran las 6 a.m, por lo general mi hermana Carla hacía el desayuno para todos. Sí, vivo con ella, su esposo y los dos terremotos alias sobrinos que de hecho, se habían tardado mucho en aparecer.

—¡Mamá! ¡Peter no me quiere dar el control! —comienza a llorar Alena.

Retiro lo dicho, ya aparecieron. Se preguntaran: ¿Por qué vivo con ellos? Bueno, a mis 25 años, a pesar de que tengo el dinero para vivir sola, mi hermana se negó, diciendo que su apartamento tenía espacio de sobra y bueno, también era una excusa para que cuidara a los morochos y así no pagarle a una niñera cuando salía con Jared una vez a la semana. Según ella, era su forma de que no se apagara el amor.

—¿Ahora si me vas a decir? —dice, cargando a la pequeña.

—No hay nada que contar, Carla, lo prometo.

—¡Lo sabía! Al paso que vamos, nunca me dará bisnietos —dice mi abuela a través de la pantalla del celular de Jared en video-llamada.

—¡Yo también te quiero abuela! —contesto.

El abuelo comienza reírse a carcajadas.

—¡Te lo dije, me debes un dólar! Esa mujer está más sola que una mosca.

Ruedo los ojos.

—¿Pueden dejarme en paz?

—Cariño, no te lo tomes a mal, a tu edad ya la mayoría está casada y con hijos, mira a tu hermana, solo queremos lo mismo para ti.

—¿Y si yo no quiero eso para mi? Aun tengo sueños y metas que cumplir —digo, agarrando el teléfono.

—¡Elizabeth! Solo lo dices porque no ha llegado el hombre correcto a tu vida, ¿Sabes? El otro día estaba en la clínica y me atendió un doctor guapísimo...

Aquí vamos de nuevo...

—Abuela, no... —me interrumpe.

—Escúchame, está soltero en busca de una esposa, ¡Es perfecto para ti! Se que jamás le escribes a las opciones que te doy, pero te enviaré el teléfono, ¿Si?

—Está bien, abu, no te prometo nada —respondo vencida—. Tengo que irme —le paso el teléfono a Carla.

—¡Adiós cariño, feliz día! Te amamos, besos.

Desde que tenía 10 años mi abuela ha estado planificando mi compromiso, creo que ora todas las noches pidiéndole a Dios que me de un marido. Digamos que su intensidad comenzó cuando cumplí 17 años.

Nuestro loco y raro amor [ COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora