8: Amigos

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—¿No sería eso muy atrevido de mi parte? — ni las palabras me salían al tenerlas tan de cerca.

—¿Por qué te avergüenza tanto? Se supone que quien se avergüence sea yo, por pedirle a un desconocido que se me hace muy tierno, que me toque.

—Pero no somos nada como para que la toque. Mi mamá dice que las mujeres no son un bollo de pan para que las manosee, pero más aún, que debo respetarlas. Por lo tanto, no es correcto que se deje tocar de mí. No debo tocarla, por más que quiera.

—¿Por qué debes ser tan lindo e inocente? Hace que me sienta la mujer más depravada del mundo.

—No es mi intención. Es solo que no somos nada, y esas cosas solo se deben hacer con la persona que uno se case.

—Dices cosas interesantes, pero debo aclarar algo— retomó su postura, y sonrió—. Eso no es algo que solo se haga con una esposa, con que te guste la persona y la atracción sea mutua, no debe haber ningún problema. Iré a cambiarme, ya es muy tarde y estoy segura de que quiere descansar. Gracias por haberme visto bailar.

—Espere. ¿Acaso está molesta por lo que dije? No quise decir nada que la molestara, es solo que no quiero que se vaya a ver afectada su dignidad, por algo momentáneo o por irresponsabilidad mía.

—No estoy molesta, todo lo contrario, realmente admiro que aún existan hombres como tú. ¿En dónde te hicieron, para ir a conseguir uno para mí? — sonrió, y caminó hacia la puerta.

—Espera...

—Cualquiera diría que no quiere que me vaya.

—¿La puedo volver a ver de nuevo? Quiero decir, no quisiera perder comunicación contigo.

—Ya tienes mi número. Puedes llamarme cuando quieras.

—Realmente discúlpeme si dije o hice algo que la hizo sentir mal o incómoda. Para ser completamente honesto, más que nada quisiera tocarla, pero no me sentiría bien haciéndolo.

—Puede quedarse tranquilo.

—Gracias por haber bailado para mí. Si se puede, me gustaría volver a verla bailar de nuevo otro día.

—Gracias a ti.

Fue al baño a cambiarse y la esperé en la sala. Cuando se acercó, vino cargando la pequeña mochila donde tenía todas sus pertenencias.

—¿Puedo acompañarla a su casa?

—No se preocupe, traje mi auto.

—Al menos escríbame para saber que llegó bien.

—Lo haré. Fue un placer haberlo conocido y compartido un rato. Cuídate.

—El placer fue todo mío. Cuídese — ambos sonreímos, y le abrí la puerta para que pudiera salir.

No sé si realmente hice bien en decir todo eso. Ella no se vio afectada, pero, aun así, sentí que fue un comentario indebido el que hice.

En el transcurso de cinco semanas, nuestra comunicación se volvió más frecuente, aunque siempre que la invito a tomar o vernos, tiene algo que hacer. No sé lo que está ocurriendo, pero realmente estaba anhelando poder verla de nuevo, aunque fuera unos minutos. Incluso en horas de trabajo escribimos, conversamos de temas sin importancia, pero divertidos. De alguna manera siento que algo ha ido cambiando en mi vida. Esa monótona rutina diaria, había ido tomando color desde que comencé mi amistad con Mónica. Antes casi no miraba el celular, a no ser que debiera hacer una llamada importante, en cambio ahora no puedo parar de mirarlo a cada instante. Pienso que cada notificación que recibo es un mensaje de ella y automáticamente dejo de hacer lo que esté haciendo para responder.

Perdido En Tus Curvas [✓] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora