Capítulo 103. Un temblor de tierra.

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- Pero el sol está muy alto ya. 

- Da igual. Las palabras siempre están. 


A Alba se le encogió el corazón. No quiso ni moverse. Esas palabras, viniendo de Natalia, significaban muchas cosas. Que reconociera aquello, que ya fuera capaz de verlo por sí misma, hizo que tragara para deshacer el nudo de su garganta. Qué mayor te has hecho, Nat

Durante un rato se mantuvieron sin hablar, acariciándose y zambulléndose de cabeza en ese instante de paz de un sábado por la mañana. 

Alba recordó el desayuno que había ido a comprar y la obligó a darse una ducha mientras preparaba café. Volver a despertarse en esa casa le hacía cosquillas en el corazón. Quizá el futuro estaba llamando a la puerta. 

Se sentaron a devorar el desayuno en silencio, aprovechando para acariciarse los brazos, el pelo, la cara, a cada oportunidad que tenían. Se sonreían, reencontrándose, asimilando que todo en su relación había cambiado sin remedio. 


- Oye -comentó Alba mientras masticaba el último trozo de napolitana-, y si las palabras siempre están, ¿por qué no escribes? 

- Tengo la cabeza en otras cosas -se encogió de hombros-. Además, no siento que haya nada que tenga que sacarme de dentro, ¿entiendes? 

- Entiendo -le dio vueltas a la taza entre sus manos, sin saber cómo abordar sus temores más oscuros-. ¿Y si resulta que, cuando quieras hacerlo, o lo necesites, no puedes? 


Aquella duda la mataba, le ponía la zancadilla cada vez que se aventuraba a atreverse más, a dejarse llevar. La tenía enquistada en el cerebro, y necesitaba una respuesta que calmara sus inquietudes. 


- Claro que puedo -comentó con chulería-. Ya te he dicho que lo estoy superando -la miró con suspicacia-. ¿Eso te preocupa? 

- Mucho -aspiró todo el aire del comedor y lo soltó lentamente-. Que no puedas hacerlo... Es lo que haría que te alejaras de mí. 

- Eh -le cogió una mano, llamando su atención para que viera la verdad en sus ojos-, lo primero es que he organizado mis prioridades, y no se me ocurre nada que pueda alejarme de ti. Y lo segundo es que sí que puedo hacerlo, estoy aprendiendo a canalizar todo lo que me pasa por la cabeza de una manera más sana. 


Alba no parecía muy convencida. Allí estaba el núcleo de sus problemas, el porqué de su miedo a quererla sin reservas: que volviera a marcharse si no alcanzaba la inspiración. 


- No escribo, Alba, es verdad. Alguna frase tonta en una nota en el móvil, pero poco más. Verás -acercó la silla a la de ella, poniéndose de frente-, antes tenía la mente llena de ruido, era insoportable, no podía vivir en paz si no lo silenciaba, y la manera de conseguirlo era vomitarlo en canciones. Ahora mi cabeza está tranquila, solo hay ruido de pájaros y de vez en cuando una risa tuya. 

- Pero Nat, tú lo necesitas, quizá ahora no porque ha habido muchos cambios en tu vida, pero llegará el día en que quieras hacerlo, porque es lo que te apasiona, y si no puedes... 

- Albi, sí que puedo. Lo trabajo con Noemí todas las semanas. Es verdad que lo que le enseño es un poco mediocre -se rió de sí misma-, pero le escribo poemas sobre lo que me pide y ella me muestra otros caminos para llegar al mismo lugar sin dolor. 

- Pero... 


¿Cómo hacerle comprender...? 

La sala de los menesteresМесто, где живут истории. Откройте их для себя