—¿A qué te refieres? —le pregunté. Kate levantó la cabeza y me miró como si esperase que le estuviese tomando el pelo con mi pregunta.

—¿Tú te has visto? Eres el tipo de persona que podría conseguir millones de seguidores en instagram solo por su cara bonita —aseguró —. Y por si fuera poco, no te preocupa nada. No hay nada que te pueda hacer sentir insegura.

»Si un día te apetece llevar minifalda, la llevas. Si un día te apetece ir a clase con pantalones de chándal y el mismo moño con el que te fuiste a dormir, lo haces. Si algo se te da mal, lo aceptas y ya. Si no te lo pasas bien en una fiesta, vuelves a casa —mencionó —. A veces me gustaría que mi cabeza fuese así de simple también. Porque lo peor es que ni siquiera se trata de lo que los demás piensen de mí. Se trata de que lo que yo pienso de mí. Debe ser increíble poder aceptar cada parte de uno mismo como tú lo haces.

De repente me sentí un poco más liviana. ¿Cuántas veces había querido yo ser más como Kate? Muchas. Definitivamente muchas.

—Nadie se libra de las inseguridades, Kate —aseguré —. Yo no soy la excepción.

Kate se quedó callada mirándome. A veces, se quedaba callada mirando a algo fijamente como si en su cabeza existiese un mecanismo compuesto por tuercas, y se pusiesen a girar y a pensar en mil cosas al mismo tiempo. Me habría gustado ver cómo funcionaba su mente en realidad. De seguro que tenía que ser interesante.

—En fin. Deja de rayarte —interrumpí sus pensamientos —. El concierto saldrá bien. Y si sale mal, lo cual es posible porque accidentes ocurren en todos lados, pues que les jodan a todos. Tú haz lo que puedas. Más no puedes hacer.

—¿Ves a lo que me refiero? —sonrió —. Ojalá yo pudiese mandar a la mierda todo de esa forma.

Le devolví la sonrisa. En la vida hay cosas que puedes mandar a la mierda y otras que no. Hay que saber bien en qué ocasiones sí puedes hacerlo, para aprovechar al máximo esa capacidad. Cargar con un peso que no necesitas es tontería.

Eran las diez de la noche cuando mi teléfono sonó de repente. Al oír el tono de llamada, mi cuerpo se tensó. Y más aún cuándo vi un número desconocido en la pantalla del móvil.

Corrí hasta la habitación de Ethan y llamé a la puerta. Por suerte, solo se encontraba esbozando algún dibujo en su libreta. Le tendí el teléfono y en seguida comprendió lo que quería que hiciese.

Respondió la llamada por mí.

—¿Hola? —No pude escuchar bien lo que la otra persona respondió —. Soy el hermano de Zoe. Estaba ocupada y me ha dicho que contestara por ella. Sí, en seguida te la paso.

Fruncí el ceño al mismo tiempo que Ethan me devolvía el teléfono y articulaba algo con sus labios. Al ver que no entendía lo que me quería decir, dijo en voz baja:

—Es un compañero de trabajo tuyo.

Fruncí el ceño aún más, pero Ethan volvió a sentarse frente a su escritorio y yo me vi obligada a ponerme el teléfono junto a la oreja.

—¿Sí?

—Hola —Reconocí la voz al instante. He de admitir que su voz sonaba muy bien por teléfono. Era aún más profunda que en persona, y parecía que se esforzaba más en vocalizar las palabras para que se entendiesen bien al otro lado de la llamada.

Zoe & Axel ✔️Where stories live. Discover now