—No sé. Esperaba que os hubieseis hecho amigos al menos.

—Que va —negué con la cabeza —. En mi vida se me ocurriría desperdiciar mi energía en intentar hacerme amiga suya. Sería un malgasto de tiempo.

—¿En serio? Las veces que he tratado con él me ha parecido bastante sereno y agradable. Algo serio, quizás, pero no parece maleducado.

—Con los clientes se suaviza un poco. No es que sea mala persona, o al menos no ha hecho nada que me haga creerlo, pero parece que tenga alergia al contacto social.

—Estáis hechos el uno para el otro —rio mi amiga.

—Para nada. El hecho de que precisamente yo piense que alguien es raro es preocupante —aseguré —. Y por cierto, tiene novia. La fiesta era en su casa, de hecho.

Kate volvió a levantarse y se sentó a mi lado, de nuevo con el cojín entre sus brazos.

—¿En serio?

Asentí con la cabeza.

—Se llama Audrey —dije —. Me cae bien, la verdad. Estuve hablando con ella un rato.

Entonces sonó el teléfono de Kate. Se estiró para poder cogerlo de la mesa sin salir de la cama y, nada más leer el mensaje que le acababa de llegar, su cara entera palideció.

—¿Malas noticias? —pregunté.

—No... Son buenas, pero... —tomó aire y lo soltó todo de golpe —. Es Sally. Su tío ha conseguido que nos dejen tocar en las fiestas de su pueblo.

Sally era uno de los miembros del grupo de música en el que Kate cantaba.

Kate siempre se ha tomado muy en serio cada cosa que hace. Por ello, también tendía a estresarse cuándo los grandes acontecimientos venían. Cantar frente a mucha gente suponía un verdadero reto para ella, aún después de haberlo hecho ya un par de veces en el instituto.

Yo no la entendía. Kate cantaba genial. Se le daba bien, y además no se la veía incómoda haciéndolo. En octubre había cantado frente a todo el instituto y le había salido muy bien. Incluso grabaron la canción y la subieron a youtube porque a mucha gente le encantó.

Y sin embargo, ahí estaba ella, pálida y muerta de preocupación. Incluso yo podía sentir sus nervios.

—Me estás estresando hasta a mí —le dije —. Si tanto te preocupa, utiliza gafas de sol en el concierto y listo. No verás casi a la cantidad de personas que te van a ver cantar.

—El problema no es verlas o no; es saber que están ahí.

—Kate —la interrumpí —. Eres preciosa. Cantas genial. La gente te va a adorar.

—Sería más fácil si me pareciese un poco más a ti —bufó, hundiendo su cara en el cojín.

Me quedé callada. Era la primera vez en toda mi vida que oía a Kate decir que quería parecerse a mí. Probablemente ni siquiera lo hubiese dicho en serio, pero me impactó igualmente. Porque lo había dicho Kate.

Kate, que prácticamente rozaba la perfección. La chica de las notas perfectas, de voz preciosa y capaz de escribir canciones y poemas increíbles. Ella podía hacer cualquier cosa que se propusiese. ¿Y yo? Yo no podía ni siquiera aprobar un maldito examen de matemáticas.

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