Capítulo 24. Juventud

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Estoy tan asustada por sus ojos de hielo y tan preocupada por Lucas, al que oigo correr por el bosque de un lado al otro intentando cazar a Gabriel, que no soy verdaderamente consciente de que voy a morir en breve.

—Tu belleza no tiene desperdicio —comenta, e imagino que si me lo dice ella debe ser un cumplido.

Pero al verla observándome con brillo en los ojos, relamiéndose los labios como si yo fuera un aperitivo, finalmente reacciono y entiendo que voy a morir. Mi sangre se incendia, recorriéndome desde los pies hasta el pecho, para quedar allí, concentrando mi instinto de supervivencia, mi instinto asesino. Esta vez no dudo en atacarla directo en los ojos con mis uñas llenas de tierra y mugre del bosque. Ella aúlla como una fiera enloquecida, sacudiéndome de un lado al otro como un muñeco de trapo mientras chilla adolorida, hasta que golpea mi cabeza contra un árbol y el golpe seco me deja lo suficientemente estúpida como para soltar su rostro. 

Veo gotitas de sangre surgiendo de sus pómulos y de sus párpados. Ella grita fuera de quicio, mostrándome los dientes y deseando fervientemente arrancarme la piel con sus propias manos, para luego matarme y colgar mi cabeza en el living de su casa. La delicada mujer de porcelana se ha convertido en una tigresa. No hay duda de que va a destrozarme... pero al menos me llevo parte de su orgullo bajo mis uñas.

—Lo pagarás caro, estúpida —ruge y con todas sus fuerzas me levanta en alto con ambas manos sobre mi cuello hasta que mis pies se separan del piso y comienzo a ahogarme.

De repente, su rostro se transforma y pasa de lanzar fuego con la boca a reírse como una desquiciada. Mi atontada cabeza no entiende lo que pasa hasta que siento como si me estuvieran absorbiendo la energía. De un momento a otro me siento cansada y débil, aún más mareada que antes, y aunque suene raro, es como si ella estuviera chupando mi alma con una aspiradora. 

Un brazalete de oro en su muñeca comienza a brillar, resplandeciendo frente a mi rostro con un resplandor verdoso que sale de la piedra preciosa incrustada en el metal. Me enceguece la luz y entonces me doy cuenta de lo que está pasando. Ella está absorbiendo mi juventud gracias al poder de su brazalete. Y puedo verlo en su cara, cómo se pierden poco a poco las pequeñas arruguitas a los costados de sus ojos, o cómo se cierran y desaparecen milagrosamente los arañazos que le dejé en el cuerpo.

Pongo toda mi voluntad en intentar alzar mis manos, para golpearla, para quitarle el brazalete o el collar de Lucas, para lo que sea. Incluso me conformo con sólo poder levantar mis brazos... pero es imposible, estoy demasiado exhausta como para mover un dedo.

Mi visión se vuelve borrosa y siento el cosquilleo de una lágrima recorriendo mi mejilla. No quiero que el rostro reluciente de esta mujer sea lo último que vean mis ojos. Esa es mi juventud, mi fuerza... No quiero que me la saquen, no quiero envejecer, ¡no quiero morir! Pero el collar sigue brillando y la mujer sigue sonriendo extasiada.

Envejeceré hasta convertirme en polvo, seré completamente irreconocible.

—¡Suéltala! —ruge Gabriel apareciendo de pronto, cayendo encima de los hombros de la bruja.

Todos terminamos en el piso, y solo puedo escuchar gritos y sentir empujones. Estoy tan débil que ni siquiera puedo abrir los ojos. Alguien me arrastra, alejándome del lugar... y al oír su voz intentando tranquilizar mi llanto desconsolado sé que es Gabriel. Pero pronto sus manos desaparecen y lo oigo luchar contra la bruja que no deja de insultarlo. Alguien se acerca corriendo a toda velocidad, y detrás de él se escucha el zigzagueo de las enredaderas.

—Lucas... —murmuro, y entonces consigo abrir los ojos.

Lo veo avanzar a través de los arbustos, aún está a un par de metros de distancia, no entiendo cómo hizo Gabriel para alejarlo tanto de aquí.

El Lobo de Mis CuentosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora