XVII: Jazmines y frutos rojos, mezclados con miel y vainilla

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Cuatro pares de ojos se quedan atónitos mirándolas nada más cruzar la puerta de la vivienda sin comprender el motivo por el que ambas estaban chorreando. Habían captado la atención de todos ellos nada más hacerse presente en la sala y no les extrañaba lo más mínimo teniendo en cuenta sus aspectos. Menudo bochorno.

No sólo habían terminado mojadas por caer accidentalmente en aquel lago mientras hacían las tontas, sino que encima en mitad del camino de vuelta comenzó a llover pillándolas en plena autopista. Por lo que claramente, Natalia no pudo frenar la motocicleta para esperar a que escampara.

Qué mal ratito había pasado la rubia, definitivamente había sido peor que el camino de ida.

Aunque bueno, a pesar de su temor hacia aquella enorme Ducati, Alba debía admitir que la templanza y seguridad que tuvo la de septum para conducir con semejante chaparrón cayendo, era digna de aplaudir.

No podían haber tenido más mala suerte, menudas gafes.

Por suerte sus apuntes habían sobrevivido, al igual que su móvil. Menos mal que su bolso era de material y no tela para que no se calara el agua de la lluvia.

A Alba le sube la sangre a las mejillas de la vergüenza que siente por ser el centro de atención de tantas miradas prácticamente desconocidas, las tenía ardiendo como si de un volcán a punto de erosionar se tratase. Aun estando muriéndose del frío por todavía portar aquellas prendas mojadas que no veía el momento de quitarse de encima.

Los pitillos se le habían aferrado a las piernas tanto como una segunda piel, menudo error escoger precisamente aquella mañana un pantalón mega skinny de esos que tan de moda estaban ahora, cuando siempre utilizaba prendas más cómodas para ir a la facultad.

Hasta los pezones le dolían con sólo rozar el tejido del hilo fino de su chaleco oscuro, y eso que no llevaba sujetador. Nunca lo hacía en verdad, sentía una profunda aversión hacia ellos desde que tuvo la edad aparente para utilizarlos y si no era estrictamente necesario, no los usaba. Dios la libre.

A pesar del silencio que acoge la sala, se logra escuchar los esfuerzos para nada resultantes de Elena para no reírse por sus pintas, estaban hechas todo un cuadro. Casi estuvo a punto de tomar su móvil para echarle un par de fotos a su hermana mayor y poder así luego sobornarla con ellas, pero la pelinegra ya tenía varias mucho más comprometidas de ella y no quería arriesgarse.

Además, su móvil había desaparecido por tercera vez en lo que iba de semana y no lograba hacer memoria de dónde lo vio por última vez. Era un desastre. Dos móviles había perdido ya y más le valía encontrar este último si no quería provocar el enfado de su madre.

Aunque bueno, para enfado el que debía haberle ocasionado a su madre que Natalia hubiese entrado en casa con su nueva amiga mojando el suelo de parqué.

Precisamente fue segundos antes de cruzar la puerta de la entrada, cuando Natalia le pidió a Alba que andaran con pies de plomo al entrar en el chalet si no quería escuchar a la mismísima María Sanabdón en todo su esplendor armando uno de sus míticos monólogos de madre por el simple hecho de que dejaran encharcado el suelo de la casa por culpa de sus prendas empapadas.

Pero de nada había servido caminar de puntillas tras los talones de la de melena azabache mientras trataba que el suelo no crujiese bajo sus pies con cada pisada que daba con mandíbula tensa incluida. Con sólo el click que hizo la puerta al cerrarse, ya habían acaparado todo el interés de aquellas miradas curiosas y expectantes que las observaban a esperas de una explicación.

Es María la primera en levantarse del blanco y reluciente sofá de cheslong soltando a su vera uno de los cojines que tenía posado sobre su regazo.

Enigma || AlbaliaWhere stories live. Discover now