Caballero Negro

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Desde la cuna fui instruido para ser un rey.

Tomaba clases de música, pintura y literatura cada día desde los 4 años, y siempre por las tardes, entrenaba con la lanza junto a Ralis, mi guardián.

Siempre terminaba agotado, me derrumbaba en el atardecer en la habitación de lo alto de esta torre.

Antes del anochecer siempre miraba por la ventana, miraba a los niños del reino jugar hasta ponerse el sol.

- ¿Por qué no puedo salir solo un rato? - siempre preguntaba a la señora Mildred que traía sabanas limpias a esta hora.

Ella sonrió como siempre, puso las sabanas en su lugar y contestó.

-La tribu Sheikah ya se lo ha dicho, mi rey. Usted no está seguro allá fuera-.

Lo sabía, solo tenía esperanza de que un día la respuesta cambiara.

-No entiendo como es que el ambiente del exterior pueda ser tan diferente al del castillo para hacerme daño-.

La amable sirvienta me dio un abrazo mientras hablaba.

-Lo entenderá cuando crezca-.

Era la noche de mi decimoquinto cumpleaños y yo por fin iba a salir. Ayudado con una cuerda me disponía a bajar por la torre. Había obtenido una gran agilidad tras los incontables combates contra Ralis, por lo que pude pisar la base del castillo sin lesionarme.

Sigilosamente traté de encontrar la salida más cercana, pero entonces, un sheikah salió de las sombras.

-Debe volver a su habitación, mi rey- dijo mientras se arrodillaba.

-Espera, ¡¿Incluso me vigilan de noche?! ¡Esto es absurdo! ¡Yo no soy su prisionero! ¡Yo soy su rey! -.

El sheikah se levantó e hizo una mueca de disgusto. Tomó un kunai y me miró con ira.

-Solo sigo ordenes, niño caprichoso-.

- ¿Es así? - dije ofendido, molesto- Ahora sigue las mías, lárgate de aquí, yo soy la cadena de mando mas poderosa- dije mientras pasaba por su lado.

Él me tomó del hombro y yo estaba dispuesto a pelear, pero el hombre había caído al suelo, con sangre brotándole de la boca.

- ¡¿Qué?! ¡Oye! ¡¿Qué te pasa?!- puse mi mano en su cabeza, entonces sus ojos empezaron a llorar sangre- ¡Ayuda! ¡por favor, ayuda!

Otra Sheikah llegó de inmediato.

- ¡Por favor, ayúdame! ¡El solo cayó! -.

La joven sheikah de cabello plateado con una sonrisa me indicó que me hiciera a un lado, revisó al hombre y tras unos segundos.

-Está muerto, mi rey- dijo.

- ¿Qué? - dije sorprendido, asustado- ¿Estaba enfermo?

-No, era un hombre joven y sano-.

-Entonces, no lo entiendo, el solo me estaba vigilando, cruzamos palabras y se desplomó-.

La sheikah bajó los parpados del hombre y acto seguido, se puso de rodillas, colocando su cabeza en el suelo.

-Lo lamento, mi rey, estoy dispuesta a afrontar cualquier castigo que crea necesario-.

- ¿Eh? ¿Qué lamentas? – dije confundido.

Ella levantó la cabeza, mirándome a los ojos.

-La mentira que los Sheikah le hemos hecho creer-.

La Leyenda de Zelda: El Héroe DoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora