El tren llega a nuestra parada y nos bajamos, caminamos unas cuantas calles oscuras más abajo hasta llegar al edificio, subimos las largas escaleras, cuando llegamos al cuarto piso y abrimos la puerta, él está allí sentado de espalda jugando damas chinas con mi padre. Sé que es él, porque ese cabello negro azabache no lo olvidaría ni en esta vida ni en la que sigue, ¡cielos! reconocería su arbusto entre en medio de una multitud de personas mientras camino en un recinto ferial

Mi corazón late con fuerza como si se fuera a salir de mi pecho, mis manos sudan, ¡caray! ¿cómo podrían sudar con este frío? ¡Frijoles! no visto como niña, parezco un niño con pantalones holgados, unos DC como zapatos y una sudadera más gruesa que la madera de la puerta. Y mi cabello ¡cielos, mi cabello! quiero golpearme contra la pared justo ahora.

—¿Lo invitaste? —le susurro sobre mi hombro furiosa a Milo.

—Te juro que no.

—Cariño —me dice mi padre, poniéndose en pie—, que bueno que llegaron.

Neel se voltea y nos da una media sonrisa. No se ve muy feliz.

Intento acomodar mi cabello con mis manos, entre tanto Milo ubica los skateboards en el piso.

—Amigo, te he estado esperando —le dice Neel—. Hola, Eider, espero que no te moleste que haya jugado damas chinas con tu padre.

—Oh, claro que no, él ama las damas chinas, gracias por acompañarlo.

—Cuando quieras. —Neel se acerca a Milo mientras yo intento respirar—. Fui a buscarte, amigo y no te encontré en tu casa y tu mamá me dijo que estarías aquí.

—Sí, estuve haciendo unas cuantas cosas con Eider.

Me acerco a la mesa y le ayudo a mi padre a recoger el tablero con cada una de sus piezas.

—Necesito hablar contigo —le escucho decir a Neel.

Meto las piezas en la caja.

—Claro, ¿te parece si hablamos de camino a casa? —Milo toma su tabla.

—Excelente, traje mi auto. Te llevaré a casa.

Mi padre me pasa la última pieza y se acerca a ellos.

—Vayan con cuidado, especialmente tú, Neel. —Lo señala—. No vayas a hacer ninguna locura.

—Despreocúpese, señor Roth. —Neel camina hacia mí y toma su chaqueta que estaba colocada en el respaldar de la silla de mi lado—. Adiós, Eider. —Me mira fijamente a los ojos.

Su mirada es lo suficientemente triste como para saber que algo no anda bien, luego besa mi mejilla con delicadeza. Sus labios están tan cálidos como el sol y su nariz tan congelada como la nieve. Trago saliva y con esfuerzo digo:

—Adiós, Neel.

Milo me hace de la mano y sale de la habitación.

Me siento, porque noto que mis piernas ya no responden a las órdenes de mi cerebro.

Vaya, es tan agraciado, mi madre diría que es un muchacho afortunado, por su piel deslumbrante y sus mejillas ruborizadas, sus ojos destellantes y su personalidad intrigante. Hoy en día nadie viene en ese paquete de dos: «carácter invaluable y físico intachable». Ojalá él hubiera notado que estaba aquí, su mente estaba en todos lados menos en mí. Y lo sé, porque cuando sus labios cayeron sobre mis mejillas pude sentir que su corazón no latía con la misma intensidad que el mío.

—Cariño, es la segunda vez que te digo que pongas la mesa —me dice mi padre alzando la voz.

Veo el reloj que guinda de la pared de la cocina y reflejan las seis y media. Había olvidado que los sábados nos vamos temprano a la cama.

De Enero a DiciembreWhere stories live. Discover now