LA TRAMPA

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Martes,15 de octubre.

—¿Cómo estuvo el desayuno? —me pregunta la señora Bouwer

No soy muy fan de los huevos revueltos, me gustan más cuando están duros, sin embargo, le han quedado bastante bien, le ha colocado tocino picado, cebollín y orégano, provocando que el sabor sea completamente diferente.

—Muy bueno —le digo—. Papá jamás los ha hecho con tocino -Miro mi plato vacío-, tienen un sabor agradable.

Me da una ligera sonrisa.

—Me alegro que estés aquí, corazón. Gracias por dejarme ayudarte de esta forma. Me hubiera encantado hacer más, pero... -hace una pequeña pausa y enseguida lame sus labios— creo que Angelien no ha sido tan egoísta después de todo. —Entrelaza sus manos, colocándolas en la mesa—. Aunque si yo hubiera podido evitarte el contacto con ella lo hubiera hecho.

—Muchas gracias, Sra. Bouwer. —Frunzo el ceño—. No tiene de que preocuparse ha hecho más que suficiente. —¿Cómo se ha enterado?

—Angelien habló conmigo. —añade, respondiéndole a mi mente—. En vista de que estaba todo el tiempo preguntando en el hospital que quien era quien estaba cubriendo los gastos de tu padre. Ella terminó confesándolo.

—¿Milo lo sabe?

—Sí.

Vaya, él no lo ha tomado tan mal después de todo, aunque ellos aún no saben lo que sucedió ayer ni lo de los otros días, y no creo que pueda contárselo a ella, dejemos que siga creyendo que la Gran Weinghart ha empezado a cambiar, porque tengo la esperanza de que así sea, al menos con lo de ayer, espero que las cosas esta vez sean diferentes.

Milo entra al comedor agitado, con la camisa fuera de los pantalones y el cabello desbaratado.

—Eider tenemos que irnos -suelta él, apuntando con su barbilla hacia el camino de salida.

—Milo, cariño, ¿a dónde vas así? -Su madre lo mira de arriba abajo y le hala la silla de al lado-. Siéntate que ni siquiera has comido.

—No tengo hambre, mamá

Él se acerca le da un beso rápido en la cabeza y luego me hala hasta sacarme de la silla, alcanzo la mochila que estaba por los pies de la silla, él sigue jalándome por lo que me despido con la mano intentando no tropezar con mis propios pies.

Ella solo parpadea sin entender y rápidamente suelta:

—¡Milo! Vuelve aquí.

—Adiós, mamá.

Milo cierra la puerta detrás de nosotros mientras él continúa arrastrándome hasta estar dos cuadras más abajo de su casa. El cielo está gris y apenas se pueden ver unas cuantas líneas de luz atravesar las nubes.

—¿Qué te pasa? —Me suelto de él—. Ni siquiera has dejado que me despidiera.

—Esto es de vida o muerte. —Me toma por los hombros—. Ria no quiere hablarme.

Pongo los ojos en blanco.

—Tus niveles de comparación entre la vida y la muerte están mal regulados. —Continúo caminando al tiempo que acomodo mi falda que estaba un poco virada.

—Hablo muy enserio, Eider —dice detrás de mí—. Ria puede ser peligrosa. Ayer casi me ha aventado su celular, porque no la dejaba en paz. —Me paro de golpe y él se choca contra mi espalda—. Rayos... —se queja.

Hay días en los que no sé cómo llegar a entender el coeficiente intelectual de Milo.

—Milo, ¿has escuchado lo que has dicho?

De Enero a DiciembreWhere stories live. Discover now