Iba a morir. Iba a morir. No debió hacerlo.

Cuando ya no lo soportó, incluso antes de inhalar perdió la conciencia. Desgraciadamente y, al parecer, murió.

Liam despertó de una manera lenta en la bañera, su cuerpo estaba adolorido, ardiendo, y se sentía terriblemente mareado

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Liam despertó de una manera lenta en la bañera, su cuerpo estaba adolorido, ardiendo, y se sentía terriblemente mareado. El sonido del agua le dejaba más atontado, su visión se hacía presente poco a poco y, a pesar de la nubosidad, podía notar que fuera del agua había luz.

Un momento...

¿Qué hacía aún bajo el agua?

Se desesperó y, apenas salió del agua tosió lo suficiente, jadeando en una profunda inhalación.

Incluso la primer respiración se volvió extraña.

Era como un malestar en lo profundo de su pecho, como un sentimiento de vértigo todo el tiempo y un pitido en su oído izquierdo que apenas le permitía escuchar con claridad algún otro sonido.

Miró alrededor, notando las velas apagadas y la luz del baño prendida. No comprendía. Se acurrucó unos segundos, abrazando sus piernas y temblando, viendo un punto fijo en el agua, la cual ahora estaba helada. Los pensamientos ya no eran tan inconscientes, ahora estaba recordando qué había sucedido y... ya no quería estar más allí.

Asustado y algo anonadado salió rápidamente de la bañera, intentando procesar lo ocurrido mientras se envolvía en una toalla y caminaba a tropezones fuera del baño. Apenas abrió la puerta del baño alguien golpeaba la puerta de su habitación urgentemente. El pequeño envolvió mejor su cuerpo con la enorme toalla y caminó a paso torpe hasta la puerta, abriéndola.

Su madre lo observó como si acabara de ver al mismísimo diablo. —Jesús. Hijo, ¿qué te pasó? —el rostro de Liam se contrajo ante la sorpresa y vergüenza de tener algo que no se diera cuenta; algo así como un moco. —¿Te sientes bien?

—¿Qué?, ¿qué tengo? —susurró, tocando su propia cara y caminando hasta el espejo de la esquina de su cuarto, observando su reflejo mientras sus ojos mieles se agrandaban un poco más de lo normal y sus pupilas se dilataban debido al susto.

Se veía pálido como una servilleta, con sus labios secos y lo blanco de los ojos levemente irritado. Mordió su labio inferior y estuvo por hablar, pero una terrible sensación de vértigo lo invadió y, gracias a su madre, no cayó al suelo.

—Liam, bebé. —Karen lo sostuvo de la cintura y lo ayudó a caminar hasta la cama, sentándolo y haciendo lo mismo. —¿Te sientes mal? ,¿has comido? —el pequeño de cabello castaño se limitó a asentir mientras su estómago le hacía saber con un leve cosquilleo que se encontraba extremadamente nervioso. Su madre torció la boca mientras le tocaba la frente, suspirando y poniéndose de pie. —Voy a tomarte la temperatura, ponte cómodo.

Cuando salió del cuarto Liam no dudó en acostarse de inmediato, suspirando de alivio al no sentirse tan mareado y metiendo un dedo dentro de su oreja izquierda, intentando destaparla, sin éxito. ¿Siquiera estaba tapada? ¿No se supone que debía de sentir como si estuviera hablando dentro de un balde y no como si alguien gritara en su oído?

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