1- Nadie es perfecto (2ªparte)

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Nadie rozó su mejilla con el dorso de la mano y ese simple gesto convirtió su respiración en algo superficial que subía y bajaba su pecho sin arrastrar aire consigo.

—Solo para que quede claro —murmuró Nadie—. ¿Estás seguro?

Y ahora él tenía que contestar. Cerró los ojos intentando encontrar las palabras que se escapaban como resbaladizos peces entre sus dedos.

—Yo no... —Una nueva palabra se escurrió antes de ser pronunciada—. Nunca he...

—¿Nunca? —preguntó Nadie alejando la mano. Zero abrió los ojos, tomó aire y negó con la cabeza—. ¿Te refieres a... con un hombre? —De nuevo una negativa silenciosa—. Nunca —repitió Nadie mirándole con curiosidad—. ¿Prefieres que me vaya? —preguntó, y en sus ojos no había ninguna recriminación. Zero negó con la cabeza.

—No —dijo con una mueca nerviosa que pretendía ser una sonrisa—, solo ten paciencia conmigo si no... estoy a la altura.

—¿Tienes miedo? —preguntó, apoyando su mano en la mejilla de Zero.

—N-no —respondió, pero su balbuceo restó credibilidad a su negativa.

—Estás temblando —susurró tan cerca de sus labios, que pudo sentir la caricia cálida de su aliento.

—Estoy nervioso, pero no tengo miedo. ¿Va a doler?

—Espero que no —dijo Nadie frunciendo el ceño—. No quiero hacerte daño.

—No... no importa, si sucede —dijo Zero—. No me da miedo...

—No quiero hacerte daño, Zero —repitió Nadie mirándole a los ojos—. No soy profesional pero he tenido un buen maestro. Si en algún momento hay algo que no está bien, cualquier cosa, solo dímelo y me detendré, ¿vale?

Zero asintió en silencio.

La luz de la plaza central se filtraba a través de las cortinas de la habitación llenándolo todo con el extraño y cálido resplandor que parecía emanar del propio planeta. No encendieron las luces del dormitorio, no hacía falta.

Con minuciosa dedicación, Nadie desabrochó los botones de su camisa y le quitó la ropa. Se tomó su tiempo, no había más prisa que la de sus propios instintos. Zero le dejó hacer, inmóvil, demasiado ocupado en contener sus emociones.

—Parecen hilos de plata —susurró Nadie, jugando con su cabello entre los dedos. ¿Por qué hablaba en susurros? Allí no había nadie más.

—Es un efecto secundario de la inmortalidad —explicó en un hilo de voz, aunque lo más probable era que a Nadie no le importara.

No siempre había tenido el pelo así, antes era rubio como el oro bruñido, pero hacía unos meses se había tornado del color del oro blanco y crecía sin parar. Los médicos le dieron una explicación convincente y concluyeron que su vida no corría peligro. Zero no le dio importancia. Solía llevar el cabello recogido en una cola y dejaba que cayera hasta su cintura. Algunos de los socios de su predecesor le instaban a que se lo cortara y se lo tiñera. Debían creer que así se parecería más a él. Por el mismo motivo, Zero no lo hizo.

Nadie le deshizo el recogido y su melena cayó como una cortina de seda sobre sus hombros.

—Me gusta —dijo, descubriendo su rostro y acercándoselo con las manos. Zero cerró los ojos y contuvo el aliento previendo el cercano beso. El calor seco de unos labios dulces anticipó la llegada de la lengua húmeda que se introdujo con una habilidad serpentina dentro de su boca, acariciando la suya propia, enseñándole a bailar.

Un suspiro ahogado se escapó de su garganta cuando recuperó su aliento. La boca de Nadie le había robado de nuevo y ahora jugaba con su piel despertando descargas eléctricas con solo un roce. Dibujó la línea de su mandíbula y de su cuello. Con un movimiento más propio de un gato, se colocó tras él. Zero tragó saliva al notar el roce de su pecho contra su espalda.

Nadie es perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora