-'prólogo'

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  El exquisito aroma a galletas horneadas impregnaba todo el aire.

  Dentro del horno, podía verse la masa de las galletas crecer y tostarse, cobrando una corteza color marrón con toques dorados. Una dulce mezcla deliciosa para el paladar, a la espera de poder cocinarse.

  En la cocina las personas avanzaban con prisa, se estaba haciendo tarde, y debían cubrir las necesidades pendientes. En esa gran familia, esa era una de las fechas claves donde su trabajo incrementaba.

  Todos estaban centrados en su trabajo, creando un aura calurosa y exhaustiva, muy diferente a la cantidad de nieve y frío que había afuera. El sudor resbalaba por la frente de los adultos en esa cocina, cada uno concentrado en su propio platillo, tropezando continuas veces al volverse un espacio muy pequeño, incluso cuando la pieza era considerablemente más grande que una cocina común.

  Trabajaban como una unidad, una máquina bien aceitada donde cada uno hacía su oficio.

  O bueno, todos con, literalmente, pequeñas excepciones.

  A escondidas, escabulléndose como ninjas en una fortaleza, los integrantes más jóvenes de la familia caminaban en silencio para su próxima fechoría.

  Una de las pequeñas manos subió hasta el mesón, en busca de uno de los bastones de dulces sobre este. En su pequeña mente infantil, se reproducía toda una película con efectos de sonido. Uno de los momentos con más adrenalina en lo que llevaba vivo.

   A su lado, sus otros compañeros de crimen, le hacían señas para animarlo a seguir así y tomar el caramelo. La yema de sus dedos rozó el dulce, sintiéndolo por segundos entre sus dedos.

  Hasta que una mano mucho más grande que la suya tomó su muñeca, ejerciendo algo de fuerza al inicio. Con terror subió su mirada, ¡Había sido descubierto! Y lo último que deseaba era estar castigado ese día.

  Terminó encontrándose con un par de ojos que lo veían con diversión, negando un par de veces sin romper el contacto visual.

   —Eh, pequeño renacuajo, ya comiste suficiente dulces. Si comes más van a crecerte lombrices.

  El pequeño miró con reproche al mayor, formando un rápido puchero de frustración ante las palabras del hombre con rubios cabellos.

   —¡No es cierto! Sólo quería darle una lamida a uno —trató de excusar con inocencia.

  Del otro lado, saliendo de su escondite, los otros dos infantes llegaron dando malas miradas también.

   —¿Lo ves? ¡Eres un idiota, HyukMin! —reclamó la niña cruzándose de brazos, el menor de los niños imitó la acción de la pequeña.

   —¡Eso no es cierto! ¡Hyung, HyeSoo me está molestando!

  El mayor rodó los ojos brevemente, soltando una risa al ver a los pequeños discutir.

   —Bien, dejen de pelear. Será mejor que ustedes, pequeños rufianes y renacuajos, se vayan antes de recibir un regaño por robar comida de la cena de Navidad.

   —Y será mejor que tú, renacuajo mayor, siga los mismos pasos que los niños por intentar robar un poco de comida también.

  Por la espalda del joven adulto recorrió un escalofrío al oír la voz de la mujer, girando con lentitud hacia la mayor para sonreír de forma forzada.

   —Vamos tía, no estaba robando.

   —¿Eso que veo en tus labio no es mi famosa salsa de kimchi?

  El rubio pasó su lengua por sus labios, ruborizándose al ser descubierto.

   —¿Tal vez?

El Cuento de TaeClaus── ⋙TAEKOOKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora