Vuelvo de mis pensamientos cuando noto movimiento en el lado izquierdo del cuarto. Me apretujo más contra la puerta. Agarro con demasiada fuerza el pomo cómo si el hecho de sostenerlo me diera más seguridad —que lo hace—. El agarre alrededor es tan tenso que incluso los nudillos comienzan a volverse blancos. Tengo miedo. No me gusta nada sentirme así. Lo detesto.

Paseo mi mirada por todo el espacio. Vuelvo a observar la cama desecha, que está en medio de dos mesillas de noche. Es un cuarto bastante grande. Cuenta incluso con su propio sofá y un televisor. Aun así sigue habiendo espacio. Justo delante mía, hay una puerta que supongo que dará para el baño. «O para el cuarto de los horrores», susurra una voz maliciosa.

«Será el baño, tiene que serlo».

Entonces mi mirada recae sobre la figura. Esta que se encuentra apoyada en la puerta corredera acristalada que da al balcón. Él chico en concreto viste bastante elegante. Sus pantalones formales están ligeramente arrugados y su camisa negra esta arremangada y abierta. Dejando entrever sus abdominales marcados. Mi mirada recorre todo su cuerpo—Como tiene el pelo rubio oscuro revuelto, sus rosados labios están entreabiertos mientras inhala y exhala el humo espeso de un porro. Entonces mis ojos y los suyos se cruzan. Esos odiosos ojos miel.

«Argh»

Me giro sobre mí misma con intención de irme. En menos de dos pasos, noto como su cuerpo está pegado al mío y su mano se encuentra encima de la mía. Evitando así que gire el pomo. Lo encaro. Lo observo confundida. Él se rasca la nuca y revuelve su pelo, antes de atreverse a hablar.

—¿Quieres? —pregunta con un deje divertido en la voz.

Me está ofreciendo el porro. Vacilo un instante. Sé que es lo que realmente que busca con ello. Asustarme. Lo que no sabe él es que pase más de tres años inhalando ese humo como si se tratase de oxígeno para respirar.

Lo miro una última vez, antes de aceptarlo y llevármelo a mis labios. Me echa una mirada curiosa mientras que una sonrisa ladeada comienza a aparecer. Hoyuelo incluido. Intento mantener mi rostro ausente de cualquier emoción. Inhalo con lentitud aquel humo. Luego lo expulso con el mismo ritmo, en dirección a su rostro que está muy cerca del mío. Él inhala el humo que expulso. Observándome entretenido al hacerlo.

—No sabía que fumabas, chica misteriosa —susurra con la voz grave y aterciopelada.

Trago con dureza. Su cuerpo se ha pegado más al mío. Noto el calor que emana el suyo incluso a través de la ropa. Su aliento inunda mi olfato. A pesar de haber fumado el porro no resulta desagradable. Su mirada recorre mi rostro hasta quedarse más tiempo de lo que debería fijada en mis labios. Se acerca, de nuevo.

—Hay muchas cosas que no sabes de mí —musito, acortando los pocos centímetros que nos separan.

Consigo que nuestras narices se rocen. Nuestros alientos se entremezclen. Ahora es Etham quién traga, lo noto por el movimiento de su nuez. Clavo mis ojos en los suyos, de aquel color tan peculiar. Son de color miel, aunque tiene motitas más oscuras y otras muchas más claras, rozando el dorado.

Ladea su rostro, consiguiendo el encaje perfecto para besarnos. Pero no lo hace. Espera y espera. Me observa y vuelve a mirarme la boca. Se relame los labios, para luego sonreír de forma ladeada. De un actor reflejo me muerdo el labio inferior. Su sonrisa se ensancha. Eso es lo que quiere..., quiere que sea yo la que dé el beso. No sabe la decepción que se va a llevar.

—Si, es cierto, no me sé ni si quiera tu nombre.

Habla de nuevo, bajando varios tonos su voz consiguiendo que se vuelva más grave de lo que ya era. Acerca aún más sus labios a los míos, consiguiendo que se rocen sutilmente. Vuelvo a tragar, pero no aparto la mirada de la suya.

—Sin embargo, tú te sabes el mío —añade, mientras retira un mechón rizado de mi cara, colocándolo con delicadeza detrás de la oreja.

Intento hacer distancia entre nosotros, haciendo el esfuerzo de no reírme de forma escandalosa en su cara.

«¿Quién se cree que es?»

Niego con la cabeza divertida, pegándola lo suficiente a la puerta. Él no tarda en acortar la distancia que había sido capaz de instaurar.

Silencio.

Tensión.

Mi mirada no se aparta de la suya y él no quita sus ojos miel de los míos.

—Etham.

Vuelve a realizar el mismo movimiento que antes. El pobre no se da por vencido. Os mentiría si no os dijese que me hace gracia pensar que no está acostumbrado a que lo rechacen. Cosa que Etham parece que hará tanto como respirar.

Otro silencio se instala entre los dos.

Lo miro desafiante. Él enarca una ceja divertido. Coloca con cautela su mano en mi cintura. Mi mirada se posa en ese lugar, para volvérsela a dirigir llena de advertencia. Él acaricia esa zona en lugar de apartarse. No sé si me gusta o me desespera. Todavía lo estoy asimilando. No digo nada. Se pega más a mí. Entonces soy yo, la que provoca que nuestros labios se rocen sutilmente y recorro su brazo hasta descansar mi mano en su nuca. Una sonrisa triunfante se planta en su arrogante cara.

—Ag —contesto en un susurro ronco.

Él me mira confundido. Entonces, aprovecho ese momento para volver a bajar mi mano a su brazo y hacer un recorrido hasta su muñeca. Cuando la alcanzo, me libro de él.

Giro su brazo de una forma un tanto antinatural. Lo acorralo contra la pared. Separo sus piernas y coloco una de mis rodillas en medio de ellas. Suelta un gruñido y maldice. Aflojo mi agarre, aunque lo mantengo en la misma posición. La puerta se abre, logrando que desvíe mi atención

—¿Ag? —pregunta Jairo desde el marco de la puerta.

Tiene el pelo peinado hacia atrás. Sigue llevando puestas aquellas estúpidas gafas. Suelto a Etham, para marcharme en dirección a mi amigo. Antes de desaparecer por la puerta, le guiño un ojo.

Sander no sabe con quién está jugando.

«Más le vale no querer averiguarlo»

«Más le vale no querer averiguarlo»

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