A fondo

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Tenía mucha prisa. Al día siguiente saldría de viaje y me "urgía" llegar a mi casa, de hecho era tanta mi ansiedad por no demorarme que olvidé que la parte importante era la de llegar. 

Decidí no tomar el camino que acostumbro pues, por la otra vía hay menos semáforos. Llegué a la avenida y vi el reloj en el tablero del coche, eran las 3:17 de la tarde. Estaba a menos de 4 cuadras de mi destino así que decidí relajarme un poco. Subí el volumen de la radio en donde sonaba "Drive by..." de Train, una de mis canciones favoritas cuando estoy al volante. Vi el semáforo, estaba en verde así que decidí pisar el acelerador a fondo. 

Fui un poco irresponsable, sí. Nadie debería de ir a 80km por hora en una calle de una zona residencial, pero no lo pensé. Llegué a la intersección de la calle y a mi lado izquierdo, sin aviso, apareció un auto, aunque yo iba rápido, ese instante lo vi en cámara lenta. Después llegó el impacto, un sonido ensordecedor, movimientos bruscos. El cinturón de seguridad cumpliendo con su trabajo, mientras castigaba mi clavícula y mi cuello. Por un instante todo fue oscuridad. 

Perdí el conocimiento por un momento. Desperté para ver a la persona que me chocó afuera de mi puerta, pero no para ver que estuviera bien, si no para gritarme. Él tenía una herida en la cabeza. Había sangre. En su auto estaba su novia, que después descubrí que era la persona con la que el tipo estaba engañando a su esposa. Ella estaba en shock y con una muñeca fracturada, no entendía cómo prefería estar gritándome a mi que ayudándola a ella, pero así era. 

Logré bajarme del coche, aún aturdida, para escuchar sus reclamos. Por suerte, estando en México nunca faltan los que se agregan al "espectáculo" que es un choque y ellos llegaron para respaldar mi versión de que el que se había pasado el semáforo en rojo era él. Llegó el agente de tránsito que, para sorpresa de nadie, asumió en automático que la culpa era mía, claro, ¿por qué no? si yo era la mujer que iba al volante. 

Mientras transcurría la tarde y esperábamos a que llegaran los seguros, el dolor por las lesiones aumentó, pero mi cabeza estaba en otro lado. Yo pensaba en la escena que veía a mi alrededor.

Dos autos destrozados. Gente que pasaba y me insultaba, me decía tonta por haber chocado, sin saber la historia completa. También pensaba en lo "pintoresco" y todo el toque de "México" que tenía la escena, pues además de los vecinos chismosos, sobre el cofre de uno de los coches estaba un bolillo que habían dejado "para el susto". Una botella de agua cerrada, claro, porque no fuera a convertirme en diabética por darle un trago después de un susto de ese tamaño. También el hermano del que me chocó que llegó a ayudarle a cubrir el accidente, pues no se fuera a enterar la cuñada de que el esposo chocó estando con "la otra" o aún más, que la susodicha existe. 

Pero, más que eso, pensaba en que esos momentos eran, en realidad, un vivo reflejo de lo que había sido mi vida en años recientes... en donde, el verdadero choque, era entre lo que me educaron para ser y la persona que soy en realidad. 


A toda velocidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora