Sin oponerme sacó de nuevo las maletas y arrastrándolas a la puerta del aeropuerto entramos. Tomé la mano de Daniela y volvimos a seguirlo.

Al decirle que sería en avión su expresión cambio un poco, pero aún no estaba tan feliz como esperaba.

—¿Quieres que mejor nos vayamos? Buscamos otro destino que no involucre al océano —le propuse y volvió a negar.

—Quiero poder hacerlo, quiero que tú disfrutes, solo deja que adapte mi mente a esto —respondió segura de sus palabras.

—En el momento que quieras abandonar, ¿Me dices? —asintió al tiempo en qué sus manos enrollaban mi cintura, —No voy a dejarte sola con esto —susurré cerca de su oído antes de detenernos.

La sala de espera era exclusiva para nosotras dos, las maletas y la tripulación a bordo.

Subimos al avión que no tardó más de quince minutos en despegar y alcanzar altura para visualizar su nuevo punto de aterrizaje.

Aunque existía un pasillo de por medio mi mano no soltó nunca la de Daniela, quien evitaba mirar por la ventanilla, hasta que pisamos tierra.

Bajamos encontrándonos con una pequeña sala de llegadas y salida, el hombre que se había quedado a nuestro cargo indicó que debíamos tomar un vehículo ecológico que nos terminaría de llevar al destino.

Cruzamos parte de ella selva y la palmeras que componían la isla hasta que se visualizo la orilla del océano.

Escuché a Daniela suspirar antes de bajarse del carrito, esperamos por el hombre que llevaba las maletas y luego caminamos detrás de él por la arena.

—¿Estás bien? —antes de contestar cerró sus ojitos y asintió.

—Necesito una copa de vino —comentó al indicarme que podíamos seguir caminando.

El océano era inmenso y el color de agua de ensueño, cristalina en su comienzo llegando a tonos turquesa más al fondo, no había más que eso y el cielo.

El mozo caminó hacia un puente extenso que conducía a la que sería nuestra residencia por esa semana, se ubicaba sobre el agua y según las fotos que había visto tenía una habitación subterránea que me hacía alucinar del solo hecho de querer verlo con mis propios ojos.

—De verdad necesito una copa de vino —Daniela a mis espaldas me hizo olvidar de todo lo que esa vas nos podía ofrecer, me importaba que sus alud mental no se viera afectaba por el lugar que había elegido para estar.

—En cuanto nos instalemos será lo primero de lo que me encargué —le aseguré sujetando su barbilla y dejando un beso corto en sus labios.

Recorrimos el resto del puente encontrándonos con la puerta café que nos llevaba al interior de la residencia; el hombre que nos acompañó se despidió después de acomodar el equipaje cerca de la entrada y nos deseó una magnífica estancia.

Tomando de nuevo la mano de mi novia abrí la puerta y entramos a lo que era pequeño vestíbulo. Dejándola ahí de pie metí las maletas y luego exploramos el interior de la casa.

Los pisos de madera y las paredes blancas relucían con la luz natural que entraba por los ventanales totalmente transparentes que ofrecían paisajes de maravilla.

Un amplio sofá frente a un televisor, en seguida del comedor y una terraza en la que a simple vista se distinguía una pequeña piscina que se confundía por el océano, que literalmente teníamos a nuestros pies y un par de camastros; la cocina con un refrigerador gigante, al fondo se encontraba la habitación principal, en la que la gran cama al centro era característica, un vestidor y un cuarto de baño amplio, pensado en dos personas, la ducha y una tina.

Neptuno 26 | CachéWhere stories live. Discover now