Lo que el hielo ocultó: lastima.

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—¡Después de que tú le dieras un brutal golpe en la cara!, ¡casi le sacas el ojo!

—¡La perra me lanzó el cenicero en la cara!

Kay sacó una navaja de sus pantalones y cerré los ojos mientras rompía la soga con la que me había amarrado los pies para que el episodio de hace dos noches no volviera a suceder. Kay me cargó al baño, y se quedó de pie allí hasta volver a llevarme a la habitación.

—Muero de hambre.

—¿Mueres de hambre? —preguntó sarcástico—. Pues hazlo y ya.

—O al menos necesito beber agua... —Se fue, dejándome con la palabra en la boca.

—Por Dios.

Esa voz, cuando escuché esa voz sentí que despertaba de una pesadilla.

Abrí los ojos. Roger estaba en frente mío, me miraba con horror.

—Está amarilla.

—No come desde que te fuiste. Solo ha bebido agua como cuatro veces —comentó Kay.

—Maldita sea, vete.

Kay se fue. Roger me levantó.

Empecé a llorar en silencio, de alguna forma quejándome con él por todo lo que yo había pasado mientras él no estaba.

—Shh... ya. —Me tocó el ojo, el que estaba morado porque Mayer me había golpeado.

Me pasó la mano repetida veces por la cara. Y, aunque yo estaba en tal estado, me besó la boca y después la frente. Me cargó a una habitación que estaba después del pasillo y después de la sala, y me ayudó a tomar un baño largo, que estaba necesitando.

Me envolvió en una frazada color marrón y me acostó en la cama de esa habitación. Se quedó a mi lado, abrazándome por mucho rato, de a momentos besaba la coronilla de mi cabeza, yo mantenía mis ojos cerrados, con lágrimas silenciosas escapando de ellos.

Esa misma noche me trasladó a la habitación con la cama unipersonal. Llegó minutos después con comida rápida. Refrescos y pan con carne.

Había bajado notablemente de peso por mi negación a comer de la mano de Kay o de Mayer. Generalmente me sentía débil, y con frío de más. En medio de mordiscos a la comida formulé una pregunta—: ¿Cuándo volveré a casa?

—No lo sé.

—¿Pero volveré? Tengo que ver a mi mamá, para que no se preocupe por mí —le dije despacio.

—Tranquila. —Me pidió, me agarró el rostro para besarme—. Sigue comiendo.

—Que me gustan tus ojos... —Rozaba mis labios por su cuello—, la forma en que me miras con ellos, —levanté la cabeza para observarlo—, así, así... —Me reí, lo besé—. Me gusta tú cabello, me lo tinté por ti... ¿sabías? —Pasé la mano por su cabello, el cerró los ojos a mi caricia, tragó en seco y echó su cabeza hacia atrás, besé debajo de su quijada—. Me gusta besarte aquí —susurré mientras besaba su cuello—. Y que me toques —susurré a su oído—. ¿Roger, yo te gusto?

Lo miré de nuevo a los ojos, estaba encima de sus piernas, a horcajadas, el abrió sus ojos, y me observó antes de decirme con voz quieta—: Me encantas.

—Vamos. —Esa misma voz era la que me despertaba. Desperté de mi sueño, —que realmente era un recuerdo, de cuando las cosas andaban bien—, con Roger a mi lado, me pedía que me levantara. Que debíamos salir.

Lo que el hielo ocultóNơi câu chuyện tồn tại. Hãy khám phá bây giờ