Capítulo 71. Insoportablemente irresistible, odiosamente genial.

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Solo cuando se fue a la cama reconoció que había sido un mejor cumpleaños tras su impertinente felicitación, pero lo achacaría a ese tipo de pensamientos insostenibles de justo antes de dormir. 

Huele un poco como si me quisieras de verdad.

Y se quedó frita. 




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Natalia no entendió su storie. Tan perceptiva para unas cosas y tan tonta para otras. Ya la conocemos. Se conformó con que, de haber visto su felicitación, cosa de la que nunca podía estar segura, no le enviara un mensaje mandándola a la mismísima mierda. Era una pequeña victoria fruto de la indiferencia o la permisividad. Esperaba que fuera lo segundo. 

Quiso pensar que la había visto y que le había parecido bien, pues de haberle parecido mal se habría encargado de hacérselo saber, menuda era la Reche. Estuvo todo el día entrando en su perfil con miedo a que la hubiera bloqueado, sonriendo cada vez que comprobaba que todo seguía igual. Me lo llevo para lo mío

Le hubiera encantado estar en otro momento de su relación, haber ensayado toda una semana para aprender a hacer tortitas con Nutella, sus favoritas, y llevarle el desayuno a la cama; pasarse la mañana follando como animales y amándose como locas; haberle hecho algún regalo absurdamente romántico y significativo, como, por ejemplo, una canción en la que llevara meses trabajando y que hubiera abandonado por falta de fe en que la hubiera aceptado para sí después de todo; haber cocinado para ella y sus amigas y darle la fiesta sorpresa que merecía. Pero allí estaba, en casa de sus padres, en su antigua habitación, contenta con que no le hubiera cantado las cuarenta por atreverse a dedicarle una canción que ni siquiera era suya. 

Podría ser peor

Dio sus dos conciertos en Pamplona, pasó la Nochebuena con la familia y el lunes, temprano, volvió a Madrid. Tenía cita con la psicóloga por la tarde y quería instalarse en casa para esas casi dos semanas que pasaría en la ciudad. 

Se alegró de tener aparcamiento en su edificio pues, desde el momento en el que llegó a Madrid, se quedó encerrada en casa, temerosa de encontrarse a la rubia por la calle y no tener en todo su repertorio una cara con la que mirarla. Se le salía el corazón del pecho solo de pensarlo, mitad avergonzada, mitad culpable. No estaba preparada para afrontar la mirada decepcionada de su amor. 

Estaban más cerca de lo que habían estado en setenta y dos días y tenía las pulsaciones por las nubes incluso desde su torre de Rapunzel. Miedo le daba hasta asomarse a la calle desde la terraza. No estaba preparada para ver a su rubia calvita brillando por ahí sin ella mirándola fascinada a su lado. 

A veces estaba tentada de llamarla, además de por escuchar su voz ronca otra vez, una vez más aunque fuera, para darle nuevas explicaciones, nuevas disculpas, nuevos motivos para que no la odiara. Esperaba que Alba hubiera sabido comprenderla, aunque hubiera esperado hasta el último instante para contarle lo que le pasaba por la cabeza. Siempre tarde, siempre a destiempo. Suficiente era con que, en dos meses, no la hubiera llamado para cagarse en su estampa entera. 

No estaba preparada para Madrid sin ella. 




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