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Cuando despertamos no abrimos los ojos.

Olvidé que estaba muerto, usurpando el cuerpo de Suni como un parásito, porque lo primero que sentí fue la fragancia del perfume de mamá. Estaba acostado en su cama, la sombra del durazno del jardín entraba por la ventana y me refrescaba, mi mejilla era rascada por el cubrecama de algodón barato que mis padres habían conservado toda su vida.

En él me refugiaba cuando tenía pesadillas de pequeño y sentía que me protegía. Pero los monstruos que afrontaba antes no eran los mismos con los que luchaba ahora. Ni siquiera yo podía protegerme, mucho menos esa manta.

Fui abriendo los ojos de a poco. Noté que a mi lado tenía al menos una docena de cabezas asomadas, mirándome preocupadas. Entre ellas estaba papá, mamá, Suni, Mima sosteniendo a Ashi y un par de primos y tías.

Denise canceló la llamada a la ambulancia, siempre tan dramática. Mi tío Luciano estaba abanicándome con una revista de televisión y mi tía Berta aparecía empujando a los demás y acercando un vaso de limonada. Si ella no lo había preparado con gusto bebería un poco.

—Suni, querida, te desmayaste —explicó Selva agarrando mi rodilla y sacudiéndola alentadoramente—. Estuviste inconsciente unos minutos.

Por la expresión de convalecencia de todos deduje que en esos minutos había contado mi triste historia de padrastros, madres trabajadoras sin tiempo para mí, mejores amigos que eran mis profesoras y que se mudaban de ciudad y un robo unas horas antes.

No le podía quitar los ojos a mis padres. Los miraba como si fuera un niño a una atracción de circo o un pervertido a la ventana de un vestuario.

Estaban... diferentes.

Eran como los gatos de los que hablaba Consuelo-Edith que envejecían de un tirón, porque solo me había ido unos diez u once años, pero para ellos parecían que habían pasado veinte. La amargura hacía que el tiempo corriera más rápido, supongo.

Mamá tenía arrugas alrededor de sus ojos, como anillos en la corteza de un árbol y papá estaba tan canoso que en una competencia le ganaría a Richard Gere. Aun así, eran ellos, mis amados padres. Me alegré tanto de que estuvieran ahí que por poco olvidé que por su culpa había ido al infierno.

En ese instante supe que en el infierno los había echado de menos, como un bebé. Los había extrañado al punto de que ya poco me importaba los rencores que les había dedicado. Era mentira. Todo el odio que había almacenado, ese imperio de resentimientos que había construido simplemente era una muralla que me protegía. Los extrañaba, esa era la más pura y simple verdad.

Alan estaba al pie de la cama, cruzado de brazos, apretando el cetro contra su estómago. Me miró y pegó los labios a sus encías como si saboreara algo horrible:

—Sí, bueno, yo tampoco vi venir que tu tío continuara en el mundo de los vivos —comentó—. Pero ya reprendí a Leviatán por mentirte. Él está afuera, muy arrepentido... cincuenta por ciento arrepentido, al menos. Te lo aseguro —repiqueteó los dedos, indeciso por lo que iba a decir—. Sé que no es tu principal preocupación en este momento, pero tu tía Sansa trajo un novio nuevo que se robó los imanes de la heladera, los tiene ahora en los bolsillos.

Parpadeé. Alan suspiró, aferró con sus manos el ornamentado pie de cama mientras mi familia me miraba esperando una respuesta.

—Sí, lo siento, no era el momento —Se tocó su traje de soldado y trató de alisar los pliegues—. Leviatán... se metió en el cuerpo de tu ase... tío y se lo llevó lejos para que no lo mates.

«Asher, quédate con tu familia, por favor, tranquiliza tu mente que me estás dejando en blanco a mí también»

Noté que ella me retenía en la cama, yo quería levantarme, pero Suni luchaba contra mi voluntad, cualquiera que nos viera hubiera pensado que estábamos mareados, pero en realidad era una lucha por apoderarse del control del cuerpo.

—Suni ¿estás bien? —inquirió Selva—. Di algo, por favor.

—¡Lo sabía! —chilló tía Desine, presa del pánico, aferrándose de su hermano Ciro—. ¡Perdió el habla! ¡Jamás podrá tener una vida funcional!

—Yo... estoy un poco aturdida —formuló Suni porque yo estaba mudo de...

La confusión. Todo era un caos.

No sabía qué sentir, furia debería tener porque Leviatán me había mentido, la única razón por la que no me había escapado antes del infierno era porque creí que no había razón para regresar al mundo de los vivos, nadie de mi familia corría peligro ¡Pero esa sabandija me había mentido! ¡Todos los domingos mi familia había compartido cena con un asesino! ¡Mi madre había hospedado al hombre que torturó a su hijo!

Debería sentir deseos fervientes de venganza, debería tener un veneno ascendiendo por mi garganta. Pero no. Lo único que sentía era una ferviente felicidad. Una macabra alegría.

Que Jordán estuviera vivo significaba que ahora podría hacerle sufrir lo mismo que me había hecho a mí.

Me puse de pie de un brinco, recuperando el control del cuerpo.

Mi familia retrocedió poca distancia, asombrada de mi agilidad. Entre ellos me abrí paso a la salida, embestí la puerta de entrada, bajé los escalones del porche donde solía tomar limonada con Gorgo y corrí por la calle donde había aprendido a andar en bicicleta.

—Asher —llamaba a gritos Alan, alzando su bastón, pero se plantó en mitad de la acera—. ¿A dónde vas? ¿Me quedo en tu casa a vigilar que no roben más imanes?

Corrí llorando y riéndome, triste y feliz. Un poco loco, porque mi cabeza ahora era una licuadora, quería matar y me avergonzaba de anhelar algo tan macabro. Si lo hacía me convertiría en él, pero una parte de mí sabía que, desde que me mató, me había quedado en el alma toda esa violencia. Ahora era un eco del último grito de terror de Asher Colm.

Me fui de casa, porque ya no podía estar ahí. No los merecía. Yo era una mentira. Era un puto recuerdo que no se molestaban en recordar ¡Y estaba agradecido por eso! Jamás se me ocurriría volver a tenerles rencor. Era un error que había cometido. Todo mi odio debió haber sido y sería para Jordán. Él era el dueño de mi repudio y mi venganza.

Quería paz, deseaba un segundo de tranquilidad de todas las emociones que me estaba trayendo ese día, así que seguí corriendo.

—¡Oye! —gritaba Alan—. ¡Ya no sé nada del mundo de los vivos! ¡No me dejes! ¡Todo es muy caótico! ¿Para qué quieren tantos imanes si nadie nunca ve lo que hay en la puerta del refrigerador? ¿Facebook es un insulto? ¡Asher! ¡Alto! ¡Asher!


Faltan menos de treinta capítulos para que se acabe el libro.

¿Cómo creen que va a terminar? 

Los leo :D

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de Constanza Urbano
@ConstanzaUrbano98
Un adolescente practicante de todas las regiones escapa del infierno...
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La infernal suerte de Asher ColmOnde histórias criam vida. Descubra agora