—A mí me encantaría —dije sincera, con una gran sonrisa—. Le preguntaré a Elías, pero sé que dirá que sí. Y les agradas a mis padres así que no se negarán a dejarme ir.

De la emoción acepté sin más, sin siquiera pensar que el hermano de Martina podría estar por ahí. Supuse tontamente que si él iba a estar ella me lo diría primero, pero luego consideré que ella no tendría por qué decirme nada, después de todo, Elías y yo solo éramos invitados desconocidos e inocentes... eso éramos, sí, solo invitados, nada más así que no había nada qué temer, ¿no?

Pues sí temí... y más cuando unos días después el hermano de Martina llegó al almacén en calidad de comprador. Martina estaba ocupada con un cambio de producto de un cliente y Elías estaba en la bodega con mi padre revisando unos pedidos que recién llegaban así que para fines prácticos solo yo estaba para atenderlo.

Palidecí cuando lo vi entrar y con toda la valentía del mundo me escondí en un pasillo y fingí estar organizando guantes mientras mi mente estaba pendiente de que él no se me acercara. Pensé solo en Elías y en sus palabras repetidas mil veces de que no había manera de que nadie en el mundo supiera que yo era el crayón en una fiesta al otro lado de la ciudad, me tatué ese pensamiento y la convicción me ayudó a relajar los hombros... de todas maneras esperaba no tener que verlo de frente.

Y claro, lo que yo esperaba, no se dio.

Me había quedado tan empecinada en acomodar guantes que mi oído no fue capaz de escuchar los pasos de alguien que se acercaba sino hasta que estuvo tan cerca que me tocó el hombro.

Me giré y vi al príncipe de la fiesta, pero en ropa de civil: una enorme y mullida chaqueta negra y un jean de un azul claro; tenía un gesto amable y no había ni una sola pista en su rostro de que me conocía de algún lado o de que venía a hacer reclamos. Eso me dio valentía y recordé que estaba trabajando así que lo saludé con mi mejor sonrisa de atención al cliente.

—Buenas tardes.

—Buenas tardes, ¿me puedes colaborar con unos patines?

—Claro que sí. ¿De hielo o de ruedas?

—De hielo.

—Sígueme.

Mi mente estaba tan concentrada en no meter la pata que no relacioné su compra con el plan de Martina, de hecho por esos minutos con él se me olvidó por completo el plan de Martina, solo quería atenderlo, dejar una buena impresión y luego que se fuera para siempre.

Recordé vagamente que el día que me había visto afuera del almacén sentí que me odiaba por cómo me miró, pero también estaban los factores de que ya estaba un poco oscuro, que había un aire denso por el clima frío y que yo técnicamente lo miré aterrada así que no era sorpresa su expresión, quizás incluso pensó que yo estaba demente (todo eso también lo dedujo Elías cuando le conté). Esperaba que él no lo recordara y al parecer así era porque no actuaba extraño. 

Llegamos al pasillo de los patines y me detuve.

—¿Buscas algo en específico?

—Que sean sencillos, son solo para patinar en la pista, pero que sean resistentes. Si es posible que sean negros.

Tomé del segundo estante un par de los de buena marca —y costosos porque el trabajo es trabajo y quería comisión— y los saqué del empaque para mostrárselos.

—Estos te pueden durar muchos años, son muy resistentes y prácticos. La cuchilla es suave y desliza de maravilla.

—¿Los has probado?

Usó un tono bromista y cuando lo miré me sonrió de lado con una de sus cejas levantadas. Reí entre dientes y usé mi buena táctica de ventas que al ser yo una adolescente bonita me funcionaba con jóvenes y viejos: ser encantadora.

De una fuga y otros desastres •TERMINADA•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora