—Hola, vecino —murmuré.

—¿Hola? —repitió fuera de sí—. ¿Se puede saber qué le pasa a ese crío?

—En realidad, es una cría —aclaré.

Él se detuvo y se acercó a mí con el ceño fruncido.

Ya empezamos.

—¿Tengo cara de que importe lo que sea, niña?

—Estamos intentando que se calme —le dije, como siempre.

—Pues está claro que no funciona. Haced algo útil de una vez.

Abrí la boca para decir algo, pero me detuve cuando noté que una mano se apoyaba con un poco más de fuerza de la necesaria en el marco de la puerta, justo a mi lado. Suspiré. No necesitaba girarme para saber quién era. Especialmente por la mirada que le echó el vecino. Ya no parecía tan valiente.

—¿Qué? —le preguntó Jack secamente.

El hombre se recompuso.

—Vengo a quejarme de los ruidos infernales que está...

—¿Y a cuánta distancia necesitas estar de alguien para quejarte?

El hombre le puso mala cara, pero dio un paso hacia atrás, alejándose de mí.

—Ese niño está llorando —remarcó.

—Nos hemos dado cuenta, gracias —Jack enarcó una ceja—. Por si se te había olvidado, duerme a cinco metros de nuestra habitación.

—Es un ruido muy molesto.

—Vamos a intentar que se duerma de nuevo —le dije, intentando calmar las cosas.

—Más te vale, niña —me espetó.

¿Por qué solo me hablaba así a mí? ¿Le había hecho algo en otra vida y no lo sabía?

—Como si no fuera suficiente que os paséis el día dando gritos y montando fiestas —siguió el hombre—, ahora tenéis un maldito hijo.

—¿Qué fiestas? —arrugué la nariz, confusa.

—Sabes que hay una cosa que se llama taparse las orejas, ¿no? —le dijo Jack.

Por la cara del hombre, estuve a punto de dar un paso atrás.

—Jack... —murmuré, intentando que se metiera otra vez en casa.

—¿Y si no quiero taparme las orejas? —le preguntó bruscamente el vecino—. Te recuerdo que estoy en mi casa.

—Y yo te recuerdo que, ahora mismo, estás en la nuestra. Y si no quieres taparte los oídos, haznos un favor a todos y tápate la boca.

Madre mía.

Se me encendieron las mejillas al instante. El hombre miraba a Jack como si fuera a explotarle una vena del cuello. Y a él no parecía importarle demasiado, como siempre.

Intenté volver a calmar el ambiente, pero dudé que fuera a servir de algo.

—Siento el ruido —empecé—, es lo malo de vivir en un edificio, que los vecinos...

—Que los vecinos son siempre basura, sí —me espetó el hombre.

—Si no te gusta la gente, vete a vivir en medio del bosque —le espetó Jack a su vez.

—Pero... ¡¿es que no vais a hacer nada?! —preguntó él, furioso.

—Sí, suicidarnos. Si quieres participar, solo tienes que subir a la terraza y tirarte de ella. Nosotros ya vendremos después a hacerte compañía. Buenas noches.

Antes de diciembre / Después de diciembreWhere stories live. Discover now