Capítulo 8

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Cuando salí del examen tenía mala cara. Me había salido más o menos bien, pero durante la mayor parte del tiempo había tenido la cabeza en otra cosa que no era, precisamente, Chomsky y sus malditas teorías lingüísticas. Hubiera ido mejor de no ser por eso. Al salir del edificio, me quedé mirando el aparcamiento un momento, un poco decepcionada conmigo misma, antes de suspirar y seguir mi camino.

Estaba llegando a la parada de metro cuando Mike se me puso delante.

—Otra vez tú —murmuré.

—¿Por qué nunca te alegras de verme? —protestó.

—Sueles deprimirme más de lo que ya estoy —le dije, sin tener demasiado tacto.

Él me ignoró completamente y sonrió. Había visto que solía ignorar los comentarios maliciosos. Especialmente los de Ross.

De todas formas, me sentí mal.

—Lo siento —negué con la cabeza—. Es que últimamente no he estado de...

—Ya, ya —me dio una palmadita en la espalda—. Todos tenemos días malos.

—Y semanas —murmuré.

Hacía ya casi una semana que Lana había aparecido en la puerta del apartamento. La cosa no había cambiado demasiado. Y Ross y yo casi no nos hablábamos. Es decir, hablábamos de tonterías como quién hacía la cama ese día, o el horario... pero de nada más. Era como si fuéramos vecinos desconocidos intentando hablar sin sentirse incómodos en el ascensor.

—¿Vas a casa de Ross? —preguntó.

—Ese era el plan.

—Mira qué bien —sonrió ampliamente—. Yo también.

Durante todo el trayecto en metro estuvo ocupado intentando quitar una pegatina de la barra donde se agarraba, así que no hablamos mucho. Al menos, hasta que estuvimos subiendo el ascensor.

—¿Puedo preguntarte algo?

Él me miró.

—Sorpréndeme.

—¿Dónde vives exactamente?

—Soy un alma libre —sonrió—. Duermo donde puedo.

—¿Y no tienes... casa?

—No. ¿Para qué?

—Para sentirte seguro —murmuré, perpleja—. Por si te quedas en la calle.

Él esperó a que abriera la puerta. Solo estaba Sue, sentada en el sillón mirando una revista. Me saludó solo a mí mientras nos sentábamos en el sofá.

—Ya he dormido en la calle muchas veces —murmuró, sacando papel y haciéndose un cigarrillo distraídamente—. Tampoco es para tanto. Y si no puedo dormir en casa de alguna chica, siempre tengo a Ross o a mis padres.

Ojalá estar así de relajada ante la vida.

—¿Qué haces? —le preguntó Sue de pronto.

Mike sonrió, pero yo no entendí nada.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Mira lo que está haciendo —me dijo ella, señalando el cigarrillo que se estaba haciendo

—Bueno, aquí casi todo el mundo fuma y no...

—No es tabaco, idiota —Sue puso los ojos en blanco.

Parpadeé y miré a Mike, que había terminado y me ofrecía su obra en la palma de la mano.

—¿No me has dicho que tenías una semana mala? —preguntó—. Esto la arreglará.

Antes de diciembre / Después de diciembreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora