No one's Point of View.

El oficial Bradley entró al cuartel policial, arrastrando a Lauren por el antebrazo. Sus muñecas le dolían, y un ardor se sentía en su piel, ya que cada vez que la ojiverde trataba de librarse del agarre del oficial, este aumentaba el movimiento y la fuerza de su agarre, haciéndole daño con las esposas.
Los demás policías que estaban en el cuartel, miraron con los ojos abiertos, como Bradley arrastraba a Lauren sin piedad alguna. A todos les sorprendía esa situación, ya que había pasado muchísimo tiempo que Lauren no pisaba esos lugares.
Cuando llegaron a la pequeña recepción, Calvin Bradley lanzó a Lauren contra un asiento. La ojiverde cayó de golpe y su espalda chocó contra la pared, haciendo que sus muñecas se doblaran un poco, causándole dolor. La chica gruñó en silencio y miró con ojos asesinos al hombre que caminaba con tal seguridad frente a ella y se ubicaba frente a un mostrador. Calvin encendió una computadora, y se sentó en la silla correspondiente a su escritorio, siendo seguido por la mirada fulminante de la ojiverde.
—No puedo creer que me hayas traído aquí, Bradley —comenzó Lauren—. La verdadera hija  de puta que causa estragos y destruye a la gente está afuera. Y aún así me has traído aquí —la chica bufó. Estaba realmente molesta.
—Mira Lauren —dijo el oficial, acomodando sus lentes en el puente de la nariz. La computadora emitió el típico sonido de que Windows acababa de iniciarse y él apretó una tecla para que siguiera su procedimiento. Seguido, miró entre sus lentes al chico que estaba sentado frente a él, visiblemente incómodo y molesto—, te lo diré una sola vez. Guarda silencio. A no ser que quieras irte a los calabozos y me hagas despachar la posibilidad de que hagas una llamada.
Lauren rodó los ojos y se mordió la lengua. Tenía unas enormes ganas de lanzarle mil y un palabrazos a aquel hombre de más o menos cuarenta años, pero no lo había hecho porque o si no, lo enviarían a los calabozos. Y ella necesitaba llamar a alguien, para que lo fuera a buscar y pagara la fianza.
—¿Podrías quitarme las malditas esposas siquiera? —pidió Lauren.
Bradley soltó un suspiro, y asintió. Desganchando el juego de llaves de la cinturilla de su pantalón, se puso de pie y caminó hasta llegar frente a Lauren. La ojiverde se puso de pie y giró su cuerpo. El oficial buscó la pequeña llave, y liberó las muñecas de Lauren.
—Mierda, gracias —musitó Lauren, sobándose las muñecas. Vio como estas tenían una marca rojiza en todo su alrededor—. Esas cosas me estaban matando.
—Toma asiento, mientras que yo rellenaré el informe. En cuanto termine, podrás llamar por teléfono.
—Sí, señor —Lauren hizo un saludo militar, y se volvió a sentar.

****
Lauren Jauregui caminó en silencio, hasta aquel teléfono público que descansaba en una esquina del cuartel policial. Rebuscó entre sus bolsillos una moneda y maldijo por lo bajo. No tenía ninguna moneda y su móvil lo había dejado en casa. Unas ganas tremendas de golpear su rostro contra la pared lo inundaron. Nunca dejaba el móvil en casa y justo ese maldito día se le había ocurrido hacerlo, pensó la pelinegra.
Buscando con la mirada al oficial Bradley, le pegó un silbido para llamar su atención. Calvin alzó la mirada, dejando de lado el expediente de Lauren y la miró con atención.
—¿Qué necesitas?
—¿Tienes una moneda? —preguntó Lauren— No tengo cambio—se excusó, sabiendo que eso era una vil mentira.
—Esto es el colmo —gruñó el hombre y luego asintió. En el cajón de su escritorio, rebuscó su billetera y de esta cogió una moneda. Lauren se acercó hasta el escritorio del hombre, y antes de que la ojiverde llegara, el oficial le lanzó la moneda.
—Gracias. —dijo Lauren, cogiendo la moneda en el aire.
Volvió hasta su punto de partida, y antes de introducir la moneda en el teléfono, rogó al cielo porque aquella persona respondiera, y aceptara ir a buscarla a aquel maldito lugar.
Echando la moneda al teléfono, Jauregui marcó aquel número telefónico que se sabía de memoria.
****
Camila lanzó un grito ahogado sobre la almohada. El teléfono había comenzado a sonar, chillando y vibrando sobre la mesita de noche que descansaba al lado de su cama.
Estiró el brazo y a ciegas y sin despegar el rostro de la almohada, cogió aquel aparato que no dejaba de sonar. Con ojos somnolientos, miró la pantalla del celular. Se frotó los ojos con una mano y miró bien el aparato. La luz la cegaba, pero aún así pudo darse cuenta que el remitente no era conocido. Naturalmente, la castaña no contestaba llamadas de números desconocidos, pero si alguien llamaba a esa hora de la noche, tendría que ser importante así que eso hizo que deslizara su  pulgar sobre la pantalla.
Carraspeando la garganta, se llevó el móvil a la oreja. Del otro lado, se escuchaban bastantes voces masculinas.
—¿Hola? —contestó ella, con voz rasposa. Se volvió a aclarar la garganta, para que la persona que estaba del otro lado de la línea no se diera cuenta que estaba durmiendo. Lanzando una mirada rápida al reloj que estaba en su mesita de noche, la chica pudo darse cuenta que eran casi las doce de la noche. ¿Quién podría estar llamando a esa hora un viernes por la noche?
—¿Camila? —preguntó la voz del otro lado del auricular, y al reconocer la voz, Camila se sentó en su cama, siendo rodeada por la oscuridad de la habitación.
—¿Lauren? ¿Qué sucede? —inquirió. La ojiverde pudo detectar la preocupación en el tono de voz de Cabello.
—Estoy en problemas y necesito tu ayuda.
—¿Qué hiciste ahora? —cuestionó la muchacha, rascándose la cabeza y haciendo una mueca. Se frotó el rostro, sintiendo como el frío de aquella noche comenzaba a acariciar su espalda.
—Estoy detenida y necesito que vengas por mí. Por favor.
Camila Cabello abrió sus ojos como platos. De pronto, el sueño se había ido, dándole paso a la preocupación. Se maldijo en su interior, diciéndose que era una idiota demasiado débil. ¿Por qué Lauren la llamaba justamente a ella? Tenía a su madre, a su padre, a Normani y a la puta de Stella. ¿Por qué justamente a ella?
Del otro lado de la línea, la pelinegra cerró los ojos con fuerza, tratando de mantener la calma. Camila se estaba demorando demasiado en responder y los segundos iban avanzando rápidamente. Si no contestaba ya, se acabaría el tiempo, y ella se vería obligada a pasar la noche tras las rejas.
La vocecilla en la mente de Alexis, le gritaba a todo pulmón que cortara la llamada y que Lauren se las arreglara por sí sola. Algo malo tendría que haber hecho y era su deber hacerse cargo de sus errores. Pero su corazón salió ganando aquella batalla. Como siempre.
—¿En qué estación de policía estás? —habló Camila, levantándose de la cama, y tomando el par de jeans que había usado esa misma tarde. Acomodó el teléfono entre su oreja y su hombro y como pudo maniobró para ponerse el jeans, los calcetines y los zapatos.
—En la del centro. —dijo Lauren, sabiendo que Camila sabría llegar por sí sola.
Ella soltó un suspiro —Está bien. Voy para allá.
Camila iba a separar el móvil de su oreja, pero la voz de Lauren la detuvo.
—Oye...
—¿Y ahora qué? —gruñó ella—¿Quieres que vaya por ti o nos quedamos charlando toda la noche, tú tras las rejas y yo acostada en mi cama?
Lauren rodó los ojos.
—Gracias por todo. De verdad —dijo Jauregui, con la mayor sinceridad que pudo reunir. Camila realmente era su salvavidas.
—Juntas por siempre ¿recuerdas? —ella sonrió, aún en la oscuridad. "Eres una estúpida" musitó su subconsciente.
—Juntas por siempre —confirmó Lauren, y Camila pudo detectar en su voz la sonrisa que adornaba su rostro.

Same Mistake (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora