War of Hearts (Malec)

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Alec estaba destrozado, despedazado, hecho trizas, revolcado en la puerta de la librería de su madre sin exagerar, o al menos así era como se sentía luego de que saliera sin mirar atrás consciente de lo igual de destrozado que estaría el primer y único amor que había tenido en su sorpresiva larga vida, considerando que era un Cazador de Sombras.

Por más que intentaba darle significado a las palabras de Magnus, la escena en general parecía una grabación casera en blanco y negro a punto de fundirse, porque no recordaba en sí lo que sintió en ese momento, no, no recordó como Magnus le había dicho que se quedara con él ya que era lo único que no le había sido arrebatado, no lo hacía porque no era necesario que se lo recordaran, llevaba una de sus flechas clavadas en su pecho, luego de escuchar los ruegos de Magnus, la necesidad en su voz que lo llamaba a regresar a esa librería y decirle que todo fue un plan de Asmodeus, que...

Una suave risa escapó de sus labios, porque ni él se podía creer semejante mentira. Claro, Asmodeus le había presentado el arma, pero él había presionado el gatillo, y lo que parecía ser la etapa más feliz de su vida, después de armarse de valor para proponerle matrimonio a Magnus, lo había lanzado por el drenaje. Nadie podía ser tan estúpido como él para hacerle esto a alguien tan sincero y preocupado por su bienestar como lo era el brujo que intentaba controlar sus emociones detrás de la puerta que los separaba.

Él había estado en lo correcto desde el inicio, sin su magia no era nadie, no servía para nada y sobre todo no era más que una carga para Alexander. Qué podía haber visto ese Cazador de Sombras para interesarse en él, además de sus poderes convenientes durante cualquier misión o su posición de Gran Brujo, no tenía nada que ofrecerle y ni por más que habían intentado convencerse de lo contrario, que quizá Alexander era el indicado, aquel que rompería su mala racha con respecto a las relaciones y finalmente le haría asentar cabeza, parecía que todo lo había formado en su desesperada cabeza con el único propósito de no regresar al apartamento solitario que lo esperaba. Cierto, no tenía apartamento al que regresar, y oh, cierto, había estado durmiendo en el Instituto todo este tiempo por la misma razón.

Su vida era un desastre que no hacía más que empeorar con cada paso que daba, se rompía y se volvía a armar, pero aún quedaban esas brechas que le recordarían que no era suficiente para los Subterráneos, no era suficiente como brujo y no era suficiente para Alexander. Era un jarrón roto que alguien había desechado, vendido e intercambiado tantas veces en una venta de garaje, que había perdido su valor inicial.

Necesitaba salir, aclarar sus pensamientos y pensar dónde dormiría esa noche o si se la pasaría caminando como indigente por las calles de New York, ninguna de las dos opciones lo habían detenido en su larga vida inmortal, que no necesitaba recordar que ya no le pertenecía, porque la había perdido en un acto de completo desinterés por el parabatai de...

—¿Alexander? ¿Qué haces aquí? —preguntó al abrir la puerta de la librería y encontrarse con la espalda que tanto conocía, aunque un poco retraída por lo que parecían los rastros de lágrimas que habían caído sobre sus mejillas.

—Magnus, no... no se suponía... no se suponía que me vieras. No ahora —respondió Alec, ajustando su chaqueta perfectamente enderezada por el mero motivo de mantener sus manos y ojos ocupados en cualquier cosa, menos en la sombra y el maquillaje corrido del rostro de Magnus, el delineador que una vez encabezaba lo que él consideraba los ojos más hermosos, ahora, solo eran un deseo que según Magnus nunca regresaría y, según Alec, una naturaleza que pronto vería la luz del día, mientras Asmodeus cumpliera su parte del trato.

Y Alec la suya.

—Lo entiendo, no necesitas ver al hombre que solo significa una carga para ti, ¿no es así? No necesitas que sea un cadáver de tu pasado. No necesitas que te recuerde tu más grande error.

—No es eso, Magnus. Por favor —Alec agarró del brazo al brujo, en un vano intento por calmar las cosas.

No funcionó.

—No —dijo secamente, ya le habían quitado todo pero si había algo que Magnus Bane se podía llevar de todo esto, ese era su orgullo—. Lo dejaste muy claro, necesitas un descanso.

Debió correr y no mirar atrás.

—Y es por eso que...

Llegar al Instituto y dejarse caer en la miseria que merecía por romper el corazón del hombre más maravilloso que pudo haberlo amado.

—No quiero escucharte más, Alec. Ya has dicho suficiente.

Y el trato aún seguía en pie.

—Dijiste que nunca estarías completo sin tu magia —susurró tan cerca del rostro de Magnus que si se inclinaba podía por fin corresponder el beso que se negó a dar hace unos minutos.

Pero no lo hizo.

—¡Y no necesito que me lo recuerdes!

—Y yo sé que ese es quien...

—No termines esa frase.

—Magnus lo que... lo que intento decir es que... aún me preocupo por ti.

A pesar de que sus palabras lo estaban traicionando y era el espectador en primera fila de cómo lastimaba a Magnus con cada respirar.

—Catarina pasará a recoger mis cosas del Instituto, así ya no te tienes que preocupar por mí.

No le arrebataría la oportunidad de ser quien siempre debió ser. No si estaba en sus manos.

Aku cinta kamu —musitó, Alec, solo para sus oídos luego de que Magnus se había soltado de su agarre y había caminado sin mirar atrás.

Esa era la única escena que Alec recordaba de esa noche; y no obstante, Magnus sí había volteado a mirar, pero ya era tarde porque Alec estaba en su habitación del Instituto, colocándose la máscara de líder que le permitía reprimir su dolor, esa máscara que estaba acostumbrado a usar desde antes que el brujo entrara en su vida y corazón, y los pusiera a ambos en una guerra.

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Me disculpo por cualquier lágrima involucrada.

In the Winter's TrailWhere stories live. Discover now