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    Cuando uno quiere que el tiempo pase rápido, el         tiempo se pone malaonda y lento, lento, lento. Yo había ploteado un calendario grande y lo había pegado en una de las puertas de mi closet. Igual que cabra chica marcaba a diario un día menos para la llegada de Ibizo, pero parece que hacer eso hacía que la espera fuera más lenta que patá de astronauta.

       Ya había empezado junio y las lluvias y el frío llenaban las calles de Santiago. Teodoro también lo notaba, porque era el amo y señor de la estufa, acaparando siempre el sillón más cercano y enrollándose como sushi mientras veíamos la tele con mi abuela.

       Secretamente yo había seguido buscando médicos para ella, pero me había ido como el oyo. Cada día la veía más flaca y, a pesar de que seguía com su habitual optimismo y buen ánimo, yo sabía lo angustiada que estaba. Por eso mismo también había decidido postergar por el momento mi búsqueda de trabajo y mis salidas a carretear, privilegiando pasar con ella el mayor tiempo posible.

       —Estás mucho más flaca —me dijo un día mientras veíamos las noticias y yo comía pepinillos—. ¿Cuándo has bajado ya?

       —Treinta kilos —doje, feliz. Y era cierto.

       Durante todos esos meses también me había dedicado a ir al gimnasio regularmente. Los fines de semana subía el cerro San Cristóbal a pata y ya me sabía casi todos los senderos de memoria, y durante la semana todas las cosas que tenía que hacer cerca de la casa, como las compras, por ejemplo, las hacía en mi bicicleta con canasto.

       Resulta que había empezado la baja de peso justo en el mejor momento, porque un tiempo atrás había ido al médico a hacerme un chequeo por si acaso y descubrí que tenía resistencia a la insulina, el paso previo para tener diabetes. Afortunadamente la resistencia a la insulina es reversible, a diferencia de la diabetes que es una enfermedad crónica incurable. Lo bacán es que con la baja de peso la resistencia a la insulina se había ido , ¡tenía índices normales! Así que me sentía mucho más animada y motivada a seguir como estaba, comiendo más sanito y moviendo más el cuerpo.

       —Te ves bien así, ahora estamos en una competencia entre cuál de las dos está más huesuda.

       —Me falta harto todavía para estar huesuda —me reí—, pero no quiero quedar huesuda, me conformo con dejar de comprarme ropa en la sección de viejas.

       —Oye, ¡qué te pasa con la ropa de viejas!

       Ese era el otro punto bacán de bajar de peso: ahora, a pesar de que aún estaba chanchil, la ropa común y corriente de las tiendas de retail me quedaba bien, lo cual era una motivación gigante para seguir adelgazando.

       —Abuela, te tengo que contar algo.

       Había estado todo ese tiempo también juntando AbuelaPoints 'para ese momento y sobre todo valentía, porque ella era muy encahapá a la antigua y así como internets era una cosa del diablo, los hombres eran el mismísimo coludo.

       —Ay, a ver, qué me vas a pedir ahora. . . —suspiró con aire teatral.

       —Lo que pasa es que en mis tiempos españoles en la Madre Patria hice un amiguito —tecnicamente no era mentira: Ibizo había empezado siendo mi amiguito— y va a venir de visita a Chile —no me pareció necesario puntualizar que solo venía a visitarme a mí—. La cosa es que no tiene dónde quedarse —ok, eso no era cierto—, y, como esta casa es grande, y sobran muchas piezas, pensaba que podríamos alojarlo.

       —¿Ah sí, ah? ¿Un amiguito? —levantó una ceja—. ¿Y tú creís que yo llegué a vieja por weona?

       —Si es un amigo nomás, nunca tan weona como para que me guste alguien que vive en otro continente.

Pepi la fea 3Where stories live. Discover now