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    ---Oye, ¿qué pensaste cuando supiste que mi mamá se iba a casar? ---le pregunté a mi abuela cuando íbamos en el auto camino a un doctor que atendía cerca del parque Arauco (no, no era el doctor Dencil).

    Lo cierto era que las palabras de Ibizo no dejaba de dar vueltas por mi cabeza y ya no sabía cómo tomármelas, porque parecía webeo. ¿Primero el español y haora Ibizo? ¿Dos españoles mijitosrricos pidiéndole matrimonio a un guarén de acequia como yo?

    ---Dije <<chuu, quien será el desafortunado>>.

    ---No po, en serio.
  
    ---Recé dos Padrenuestros y un Ave María para que los hijos no salieran narigones como el papá, pero Dios no me escuchó ---se cagó de la risa.

    ---No te puedo preguntar nada porque siempre me webeái.

    ---¡Ja, ja, ja! ¡Me alegré, pues! ¿Qué más iba hacer? ¡Una hija menos en la casa! ¡Viva la libertad!

    ---¿O sea que si yo me casara te alegrarías porque una nieta-menos y viva-la-libertad?

    ---No, me alegraría porque si te casas ese hombre realmente tendría que quererte demaciado  ---se río de nuevo.

    ---Puta que tenía paciencia mi abuelo ---no pude evitar reírme también.

    ---¿Por que me preguntas eso? ---inquirió curiosa.
Resulta que, como yo jamás conocí a mis papás y mi mundo siempre fue mi abuela, estaba acostumbrada a esa realidad y muy agradecida de ella, y sentía que si preguntaba mucho o tocaba el tema podía sacar a flote una pena que no quería sentir, pero que era inevitable que a veces aflorara cuando veía familias felices o en un momento en que los papás eran importantes, como graduaciones y cosas así. Yo no tenía papás y nunca los iba a tener y punto. No tocar el tema y no hacer preguntas era mi forma de vivir y no sentir.

    ---Curiosidad nomás.

Cuando bajamos del auto noté que mi abuela caminaba raro, como si estuviese disimulando una incipiente cojera. Me dieron unas ganas terribles de llorar y por dentro solo podía desear que ese doctor se apiadara de nosotras e hiciera algo.

      Subimos por el ascensor del edificio médico y entramos a su despacho, que era celeste clarito. Nos recibió una secretaria muy simpática y la cara amable del doctor me dió buena espina, así que crucé los dedos bajo el asiento. El revisó los exámenes mientras nos hacía preguntas, y después se paró y acostó a mi abuela para examinarla.

    ---Miren, voy a ser sincero  ---dijo sentándose de nuevo y mirándonos alternadamente a la cara---.Esto es muy arriesgado. Una cirugía digestiva de por si es compleja y es altamente posible que el asunto se haya diseminado hacia otros lugares. Yo, personalmente, no me arriesgaría a realizar una cirugía así, porque el riesgo de mortalidad es altísimo, debido a su edad también. Creo que lo mejor. . .

     Pero mi abuela no quiso seguir escuchándolo, se paró y se fue.

    ---Disculpe ---le dije al doctor con verdadera aflicción en mi corazón. Fui donde la secretaria,le pague a toda velocidad y seguí a mi abuela por el pasillo.

    ---Abuela. . . ---le dije tocándole un hombro, pero no respondió y siguió caminando. Cuando miré su cara vi sus ojos enrojecidos por las lágrimas.

     Soy pésima para consolar a gente triste, por que la tristeza ajena me da pena a mí también. Me fui llorando en silencio mientras caminábamos hacia el auto a pesar de que sabía que tenía que demostrar fortaleza para subirle el ánimo, pero es que no podía. La negación de los doctores eran mil puñales que se clavaban en mi corazón pensando en que la vida de mi abuela quizá realmente estaba tocando su fin.

Pepi la fea 3Where stories live. Discover now