Capítulo 7.

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Cuanto más se acercaba al apartamento de Ben Hardy, más nervioso se ponía.

¿Por qué había aceptado?, se preguntaba. ¿Era porque se daba cuenta de que Ben realmente se preocupaba por los niños o habían sido sus besos?

No debería haber ocurrido. Él era vulnerable. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado en los brazos de un hombre y mucho más desde que había sentido deseo.Aquello era lo que más lo perturbaba. No tanto haber compartido con él un par de besos, sino que había deseado mucho más.

Sin darse cuenta del estado emocional de su padre, Jack charloteaba encantado en el asiento de atrás.

-Al menos te tengo a ti para protegerme -le dijo Joe-. Cuando veas que lo miro como un tonto, dime algo, ¿de acuerdo? No quiero volver a besar a ese hombre-dijo, antes de echarse a reír-Y ahora me dedico a contarle mi vida amorosa a un niño de dos años.

El apartamento era lo que Joe había imaginado: completamente inadecuado para recibir a un niño pequeño. Había objetos de cerámica sobre mesas de cristal,alfombras de colores claros y una pared entera llena de tentadores botones,donde estaban el vídeo, la televisión y el equipo de música. Moderno, elegante, sobrio; el apartamento era igual que Ben.

-Vaya por Dios.

-¿Pasa algo? -preguntó Ben.

-Tu apartamento. Jack puede destrozarlo.

-No creo que vaya a romper nada. No te preocupes.

-¿No te preocupa tener que comprar alfombras nuevas después de que Jack te las llene de zumo de naranja? ¿O tener que barrer los trozos de esas preciosas figuritas?

-Es un niño, Joe, no un equipo de demolición. Te preocupas demasiado -sonrió él-. Toma una copa de vino y relájate.

Joe no tenía ninguna intención de bajar la guardia, pero tenía que reconocer que era una delicia sentarse en el sofá de cuero y tomar una copa de vino sin preocuparse de nada. Se sentía tan bien que, sin darse cuenta, se relajó mientras miraba a Jack y a Ben. El niño repetía todo lo que éste hacía. Nunca hubiera
imaginado que un hombre pudiera ejercer tal influencia sobre su hijo.
Era desconcertante. Había construido un muro a su alrededor para protegerse de los hombres y se daba cuenta de que quizá había cometido un error. No todos eran iguales y quizá Ben era una de esas excepciones.

-Ha llegado la cena -anunció Ben cuando sonó el timbre-. Hoy tenemos pizza.

En la mesa, Joe le puso un babero a Jack y empezó a cortar la pizza en trozos pequeñitos. Ben le sirvió al niño un vaso de leche en un vaso de plástico.

-Veo que estás aprendiendo.

-Durante la hora del almuerzo en la guardería, todos tenemos que encargarnos de que los enanos no causen más caos del necesario -sonrió el rubio.

-¿Te gusta trabajar allí? -preguntó Joe. Se daba cuenta de lo importante que era que él dijera que sí.

-Más de lo que me había imaginado. He descubierto que los niños no son unos seres tan raros como creía.

-Hablas de ellos como si fueran mascotas.

-No te ofendas, Joe. Algunas personas son muy buenas con sus mascotas.

Molesto, Joe empezó a comer su pizza con inusitado vigor. Le hubiera gustado que él dijera que adoraba a los niños, no que los comparase con un grupo de perritos-Al menos eres sincero.

-Es una virtud que comparto con Geraldine -admitió él con una sonrisa.

A pesar de su insatisfactoria respuesta sobre los niños, Joe se encontró a sí
mismo pasándolo bien. Ben tenía un sentido del humor difícil de resistir y, lo más importante, Jack parecía enamorado de él. Su cariño por Geraldine parecía haberse transferido a su hermano.

Cuenta Conmigo [Hardzello]Where stories live. Discover now