Hoia-Baciu.

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En la cima del enorme cráter, Lucifer observaba su reino, normalmente gozaba del sonido de los gritos, el olor a azufre y sangre, la decadencia de su reino, pero esta vez no lo podía disfrutar, eso es lo que más le frustraba.

«Lucifer»

La voz de aquella mujer no era la de su Lilith, definitivamente tampoco se veía como ella, su melena negra, aquellas pecas, hasta su cuerpo no eran los mismos, pero sus ojos, aquella mirada violeta la reconocería en cualquier lugar, ¿Quién era realmente? ¿Y cómo fue que lo reconoció?

Sintió un gran pánico al ver como Gabriel se la llevaba, terminó por destrozar la catedral que tanto había adorado, el lugar que resguardaba la corona del nazareno; por siglos, se encargó de que nadie pueda usurpar esa reliquia, era lo único que quedaba de aquel hombre lleno de amor que dio su vida en vano. Por única vez, se había alejado para seguir los pasos de Leviatán, algunos de sus Lores estaban actuando extraño y prefirió encargarse él mismo, grande fue su sorpresa al ver a los esbirros dentro de la iglesia.

Azrael lo convenció de que regrese al infierno, que se encargaría de poner las cosas en orden para luego explicárselo todo, eso fue hace una semana.

El caído había recorrido su reino, cada pasillo, calabozo y mazmorra, siete veces. Los demonios se ponían inquietos ante su presencia, su ojos negros rebosaban de rabia, ya había degollado a trece demonios, sólo por cruzarse en su camino.

—¿Mi señor? —dijo una voz a sus espaldas

—¿Quieres morir? —preguntó Lucifer entre dientes.

—Tengo noticias de Azrael —respondió.

Lucifer volteó para clavar su mirada en el mensarejo. Su larga melena blanca trenzada, su piel albina y ojos azul eléctrico, Abaddon era impresionante, sobre todo con sus enormes alas negras y su armadura oscura, se había vuelto su mano derecha, el único en quién podía confiar, además de Az.

—¿Y bien? ¿Dónde carjos se metió?

—Lo vieron en un bar, en la zona roja de Ámsterdam, hace diez minutos —respondió Abaddon.

—Bueno, me cansé de esperar, es hora de ir por él.

La zona roja de Ámsterdam, es conocida por los bares, hoteles y el negocio de la prostitución, donde bellas mujeres se exhiben en vitrinas listas para la acción. El arcángel había entrado en uno de los burdeles más caros, estaba en el bar del local con una hermosa pelirroja en su regazo,  sus senos desnudos se balanceaban dejando ver un sensual lunar al costado, una tanga roja y tacones de aguja completaban su atuendo.

—Llevo esperando una semana y tú estás aquí, divirtiéndote —reclamó Lucifer apoyándose en la barra al lado del arcángel, mientras Abaddon hacía lo mismo al otro lado, ambos vestidos de negro de pies a cabeza.

—No es lo que parece —respondió Azrael, haciendo una seña a la mujer para que se retire, ella no dudó ni un segundo en alejarse.

—A mí si me parece —murmuró Abaddon, que observaba como la mujer se alejaba contoneando sus caderas.

—¿Por qué lo trajiste? —cuestionó Az.

—Eso es lo de menos, ¿No tienes nada que decirme? Una historia que contar, por ejemplo —retrucó Lucifer entre dientes.

—Sígueme.

Azrael los guió a una de las habitaciones en el piso superior, donde una enorme cama con dorcel era el único mueble.

—No cojo con ángeles, lo siento —rechazó Abaddon al ver la cama.

—¿Por qué sigue él aquí? —cuestionó Az para luego dirigirse a su contrario —¿Acaso no tienes nada mejor que hacer? Hay una guerra en el oriente, ve a hacer tu trabajo.

Reencarnación (PAUSADO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora