Episodio 1

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DALLAS

Me suelto la corbata que mi madre me acaba de poner y bajo el nudo para que no me ahogue, ella me lanza una mirada asesina y yo la ignoro mientras desbloqueo el teléfono para leer los mensajes de mis amigos.

Levanto la vista del teléfono cuando escucho, otra vez, cómo mi padre repite el mismo puto discurso en frente del espejo. Dentro de una hora debe dar una conferencia frente a los miembros de Instituciones penitenciarias del Reino Unido y, bueno, ser el Primer Ministro nunca se le ha dado muy bien.

—Arthur, lo harás genial, como siempre. —Intenta animarlo mi madre antes de depositar un beso en su mejilla.

—No puedo hacerlo genial, tengo que hacerlo perfecto, ¿comprendes? Hoy se decidirá si la nueva cárcel se construye o no, y como no obtenga los suficiente votos a favor...

—Eso no sucederá —interrumpe ella.

—Voy a fumarme un cigarro, avisadme cuando el coche esté listo —digo sin esperar su aprobación.

—¡El traje te olerá a tabaco! —grita mi madre desde lo alto de las escaleras.

—Estupendo —contesto a la vez que salgo al patio.

La votación tarda demasiado en finalizar, así que me escabullo y consigo salir sin que a mi padre le dé un infarto por no estar donde él pretende que esté en todo momento, pareciendo la familia feliz y unida que nunca hemos sido.

Respiro el aire frío de la ciudad en la que me he criado y frunzo el ceño cuando gotas de lluvia comienzan a caerme en la cara. Veo una cafetería al otro lado de la calle, así que se me ocurre refugiarme allí y tomarme una cerveza hasta que toda esta mierda termine. Espero a que algunos coches crucen y me alegro de que los escoltas de mi padre estuvieran tan concentrados en él, que no se hayan dado cuenta de que me he largado.

Una vez dentro, apoyo los codos en la barra y espero paciente a que me atiendan. Sin embargo, a través del espejo que hay frente a mí advierto cómo una chica coge un paquete de galletas y se lo mete en algún bolsillo por dentro del caro abrigo que viste. No me cuadra nada la situación, sé distinguir el lujo y, excepto por las bolsas de deporte que lleva, el resto de su atuendo es de marcas muy caras. ¿Por qué entonces robar un paquete de galletas?

Me acerco disimuladamente, la observo desde más cerca y lo primero que llama mi atención son unos labios color carmesí, gruesos y brillantes. No puedo ver sus ojos porque lleva gafas oscuras, igual de costosas que el resto de su indumentaria. No sé si se ha fijado en mí pero, si lo ha hecho, disimula y se da la vuelta.

Continúo caminando tras ella tranquilamente hasta que, en un rincón donde se posicionan las neveras de la bebida, me acerco más a ella y susurro en su oído:

—¿Piensas pagar eso?

Sin esperármelo en absoluto, su reacción es inmediata y automática. Deja caer las bolsas al suelo y trata de hacerme una llave que hace tiempo aprendí a esquivar en las clases a las que mi padre me obliga a ir desde niño. Sujeto sus brazos de tal forma que los coloco tras su espalda y pego su pecho completamente al mío.

—Tranquila, fiera —hablo cerca de su rostro.

—Suéltame si no quieres que esto se convierta en una puta carnicería.

Cada una de sus palabras destila el más puro de los venenos.

—Cálmate —digo aflojando el agarre y dejando que dé un paso atrás—. Si necesitas dinero para comida, yo puedo...

—No necesito tu caridad —ríe a la vez que estira la mano, esta vez para coger un paquete de patatas, el cual también se mete en el abrigo—. Sé buscarme la vida solita, cariño.

Dirty glamourDonde viven las historias. Descúbrelo ahora