XXXII

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Anthony negó en gesto por el comentario de su amigo y lo observó frenar un taxi para luego despedirse agitándole el brazo. La sonrisa que el moreno llevaba estampada en el rostro, era enorme.

Scemo—susurró Anthony a la vez que sonreía.

Rápido estuvieron fuera del edificio y, el licenciado, mirando a Collins para encontrar certidumbre, asintió mientras pasaba la tarjeta por el lector.

Leo lo abordó de inmediato informándole que la señorita había decidido ocupar el jardín y no el recibidor. Anthony le dio las gracias y, recomponiendo su expresión inescrutable, fue directo a la parte trasera con intención de no hacerla esperar más. Se aflojó el nudo de la corbata cuando la vio y pudo notar como la seguridad que había trabajado esos años lejos de ella, se evaporaba poco a poco. El temor por perder estabilidad, como siempre sucedió frente a la castaña, renació y, titubeante, su mano tembló cuando abrió las amplias puertas vidriadas.

Los ojos chocolates de Camila rápido se apartaron de la fuente para contemplarlo. Lo evaluó detenidamente por lo que pareció una eternidad y, el licenciado, disimulando una exhalación, se acercó a ella tendiéndole la mano.

—Camila. —Nombrarla y tenerla en frente fue dificultoso, pero se sintió orgulloso al poder controlar su pulso—. Es un placer verte —dijo a modo de cortesía.

Ella hizo aquella mueca que, tiempo atrás, a él le resultaba atractiva. La mujer rechazó su mano y se precipitó en abrazarlo y besarlo repetidas veces en las mejillas, evidenciando que su insistencia al contacto no había menguado.

—Ya deja la formalidad, balurdo —dijo cariñosa, llamándolo con aquel apelativo irritante. Anthony quedó estático ante su proximidad, recordando que sus modos eran extremadamente opuestos a la de él—. Ha pasado tiempo, ¿cómo has estado?

—Sí, seis años —remarcó. Ella frunció los labios pretendiendo ocultar una sonrisa y él, nervioso, le indicó la banca para que tomara asiento, pero ella ignoró el ofrecimiento—. He estado muy bien. ¿Qué hay de ti?

—Puedo verlo —comentó recorriéndolo con la mirada. Una sonrisa ladeada copó su rostro y, Anthony, avergonzado, se removió incómodo—. Estoy de maravillas, ¿acaso no es obvio? —dijo haciendo un ademán—. ¿Tienes alguna prisa? Me gustaría tomar una copa antes de volver al hotel.

—Y-yo... —titubeó—. Sí, estaría bien.

¡Oie, chamo! No sea güevón, que pa' tenerlo de nue'o e' fácil —exclamó en aquel acento hermosamente atractivo que a Anthony tanto le gustaba. Como era costumbre, no la entendió y avergonzado nuevamente se ruborizó.

—Lo si-siento, mi español sigue oxidado —confesó.

—Tu español no es oxidado, Any, tu regionalismo lo es —dijo en perfecto español marcado y él comprendió al instante por lo que asintió—. ¡Vamos a algún bar, mataría por una cerveza! —exclamó haciéndolo recordar que su euforia por cosas simples los habían mantenido unidos tanto tiempo. Ella rápido se enredó en su brazo y él, al instante, se desprendió de su toque amablemente.

—No es apropiado, Camila. —Ella lo miró de lado y al final solo asintió.

La mujer optó por caminar y soltó una estruendosa carcajada al ver que Collins, parado en la entrada del edificio, procedía a seguirlos, pues para ella era inadmisible que Anthony tuviera custodio. La mujer no podía creer que aquel muchacho lindo y tierno que conoció en preparatoria, con jeans rasgados, playera desteñida, guitarra siempre a mano y sonrisa risueña, se había convertido en un hombre taciturno, medido y distante.

Eso, a la latina, la excitó en demasía y se preguntó si la noticia de aquella desabrida pelirroja sería cierta. ¿Estaría su ex prometido en una relación? Se preguntaba y Camila jamás se lo confesaría a él directamente, pero las razones por las que había viajado eran puras y exclusivamente con el afán de verlo y comprobar que él se mantenía solo. Como debe ser, como prometió que haría, pensaba.

Estimada confusión (Parte I )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora