| ❄ | Capítulo dos

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El mensaje había llegado desde la Corte de Verano apenas un par de meses atrás, anunciando el compromiso de uno de sus príncipes y extendiendo una invitación a la Corte de Invierno para la celebración que se llevaría a cabo tiempo después, formalizándolo frente al resto de cortes.

Cuando mi padre sentenció que viajaríamos a la Corte de Verano, aceptando la invitación de sus monarcas para participar en aquel espectáculo que pretendía enmascarar aquel frívolo y ventajoso acuerdo —tanto para los reyes de Verano como para la familia de la afortunada futura novia— me negué en rotundo. El rey creyó que se trataba del temor que me inspiraba que fuera la primera vez que abandonara mi corte, siendo testigo directa de los entresijos que existían entre las cuatro, pero estaba equivocado: mi lugar estaba en la Corte de Invierno, demostrando a todos aquellos que no confiaban en que fuera apta lo equivocados que estaban respecto a mi idoneidad para el puesto de heredera.

Sin embargo, mis intentos para convencer a mi padre no surtieron efecto.

—Alteza, moveos un poco hacia la izquierda, por favor —la voz del sastre real me hizo regresar al presente, a mi dormitorio.

Tras la rotunda respuesta del rey sobre formar parte de la comitiva que viajaría a la Corte de Verano para ser testigo del compromiso, mi madre llegó a la conclusión de que debía tener un nuevo guardarropa para la ocasión; eso significaba que mis viejos y pesados vestidos se quedarían en el fondo de mi armario, recurriendo a Feeider para que se hiciera cargo de las prendas que estaría obligada a llevar durante el tiempo que pasáramos allí. «Uno o dos días, a lo sumo», fue la escueta contestación que obtuve de mi padre cuando exigí saber cuánto demoraría aquel asunto del anuncio oficial del compromiso.

Vi a mi madre lanzarme una mirada cargada de advertencias cuando mis labios se fruncieron, así que me limité a obedecer sumisamente las indicaciones de Feeider mientras sus jóvenes ayudantes daban las últimas puntadas a aquel incómodo atuendo que tendría que llevar y mis propias doncellas se encargaban de doblar cuidadosamente aquellos modelos que ya hubieran pasado por la crítica opinión de mi madre, quien estaba sentada en uno de mis sofás y no perdía detalle de todo lo que sucedía a mi alrededor. Incluyéndome a mí.

Una punzada de irritación me traspasó al contemplar mi aspecto en los espejos que el sastre real y su reducido equipo habían traído consigo para que pudiera vérseme desde todos los ángulos posibles. Aquel vestido estaba fabricado con una tela suave y demasiado fina, un material que en la Corte de Invierno no protegería del constante frío que nos rodeaba; las mangas me alcanzaban hacia el codo, abriéndose y provocando que la tela flotara alrededor de mis antebrazos. Los cuellos altos a los que estaba acostumbrada habían sido sustituidos por escotes que dejaban al aire mis clavículas, provocando que la baja temperatura mordisqueara mi piel y me hiciera desear cruzar la distancia que me separaba de la chimenea para acuclillarme frente a las llamas que ardían en su interior.

Contuve las ganas de removerme y estirar de la prenda, incómoda por el modo en que el vestido se ceñía a las primeras curvas que mostraba mi cuerpo. La tela se pegaba desde los hombros hasta un poco más debajo de mi cintura, dejando que la falda cayera mucho más suelta hasta el suelo.

Al menos, me dije, habían optado por un color azul familiar... aunque una tonalidad más clara que los que usualmente usaba.

Feeider retrasó un paso para dedicarme una crítica mirada, admirando su obra y cómo quedaba puesta. Mi madre también abandonó su asiento para poder verme de más cerca; aquella era la última prueba de mi vestuario antes de que partiéramos a la Corte de Verano, lo que sucedería a la mañana siguiente.

—Maravilloso —elogió el sastre real, observándome desde todas las perspectivas—. He intentado seguir las líneas que suele seguir la moda de la Corte Seelie, sin caer en su... provocación.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Where stories live. Discover now