| ❄ | Capítulo cuarenta y tres

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No lo sentí lo más mínimo cuando el juego terminó con el Caballero de Verano hundido en la fuente, para delicia de algunas damas. Me mantuve apartada, contemplando cómo el empapado príncipe se incorporaba tras haber sido lanzado al agua; observé cómo los pequeños grupos de divertidas jovencitas juntaban sus cabezas para cuchichear mientras otras se cubrían la boca para esconder sus sonrisas llenas de satisfacción.

A través de la distancia los ojos castaños del Caballero de Verano se encontraron con los míos, despertando una extraña agitación en la boca de mi estómago. Era consciente de lo que había hecho, de cómo había pronunciado un nombre erróneo a propósito. Pero ¿qué había motivado al príncipe a comportarse de ese modo? ¿Por qué lo había hecho?

Fruncí el ceño ante su escrutadora mirada y giré el rostro hacia Nicéfora, quien no se molestaba en ocultar la perversa diversión que le producía aquella imagen del Caballero de Verano pasado por agua.

—Me gustaría volver a la manta —anuncié a mis damas de compañía intencionadamente—. Este juego es aburrido e infantil.

Ninguna de ellas se opuso, así que di media vuelta y abandoné la zona para regresar al rincón donde el príncipe Voro y su prometida nos esperaban. Lady Muirne nos dedicó una pequeña sonrisa educada al vernos llegar; no se me pasó por alto el hecho de que se apartara unos centímetros de su compañero de manta, por no mencionar el ligero rubor de sus mejillas.

—Dama de Invierno —me saludó, inclinando la cabeza en mi dirección—. ¿Os estáis divirtiendo?

«No os preocupéis: la deuda que existe entre nosotros no aumentará después de esto. Tomadlo como un gesto de buena fe por mi parte.»

Las irritantes palabras del príncipe de Verano resonaron en mis oídos, aumentando la mortificación que me había acompañado desde que decidiera abandonar aquel estúpido juego. Cada vez estaba más segura que lo único que había movido a Oberón era el hecho de hacerme sentir humillación y apuro.

Compuse una media sonrisa.

—Oh, no sabéis cuánto —le aseguré.

Nicéfora siguió mis movimientos desde la comodidad del diván en el que se había instalado nada más llegar a mis aposentos

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Nicéfora siguió mis movimientos desde la comodidad del diván en el que se había instalado nada más llegar a mis aposentos. El chapuzón del príncipe de Verano en la fuente tras su funesto error en aquel absurdo juego se había convertido en la comidilla de toda la corte; Nif no había dudado un instante en informarme de ello, de cómo en los corrillos que se formaban no paraban de hablar del Caballero de Verano y su inesperado final dentro de la fuente... algo que no haría más que aumentar el inflado ego del futuro rey.

Apreté los puños con frustración.

—Ese maldito... y pomposo... príncipe... —mascullé entre dientes.

Mi mejor amiga ladeó la cabeza, divertida por mi reacción. El resto de mis damas de compañía estaban ausentes después de que les hubiera dado el día libre para que pudieran reunirse con sus respectivas familias o se divirtieran sin la necesidad de estar pendientes de mí, dado que los anfitriones habían optado por un breve descanso de actividades con las que entretener a sus cuantiosos invitados.

DAMA DE INVIERNO | LAS DOS CORONAS ❄ 1 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora