<•> Capítulo setenta y ocho <•>

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Seguí tratando de escuchar la conversación que, quizás no me convenía en un cien por ciento. Hasta que escuché el nombre del pequeño Kellerman.

—¿Crees que le gustaría tener una madre que se graba teniendo sexo con quién sabe quién...? Qué puede tener incontables enfermedades por andar de...

Zorra.
No había mejor palabra para describirla.

Recordé entonces que le había enviado un vídeo de lo más asqueroso. Tampoco decía que el sexo lo era... Pero quién sabe con cuántos tipos se había metido. Y si ella se quedaba con el pequeño Vincent, tendría que ver a muchos hombres salir y entrar de su casa, sin tener a su excelente padre al lado.

El mal ejemplo en su máximo esplendor.

—Cállate. No lo metas a él en esto, sabes muy bien que estará mil veces mejor conmigo...

«Entiende que sólo quiero joderte la vida».

Me sacudí el cabello completamente frustrado y me acerqué a él. Le arrebaté el teléfono y terminé la llamada de una vez por todas.

Mi rostro estaba ardiendo. Sentía demasiada vergüenza, muchísimo más cuando él se quedó en silencio, solamente observándome.

Con la cabeza agachada, le entregué su celular, y él comenzó a formular una pregunta.

—¿Por qué...?

—¡Porque odio que te moleste! —tapé mi boca rápidamente con ambas manos. Había sido tan claro que hasta a mí me sorprendió.

Sus bellos ojos verdes se abrieron en grande y comenzó a parpadear repetidas veces.

—Lo si-siento... —susurré, bajando la mirada de nuevo.

—Las terapias de Kay están siendo muy efectivas —dijo al cabo de un rato, esbozando una sonrisa de lo más hermosa—. Me alegro mucho.

Tenía razón. Incluso yo estaba feliz con el resultado, pues ya podía hablar un poco más rápido, y sin equivocarme en palabras tan simplonas.

Estaba a punto de responderle, pero me tomó por sorpresa cuando me jaló del brazo y atrajo hacia él. Puso sus manos en mi espalda y su rostro en mi hombro.

Un simple abrazo me hacía el hombre más feliz del mundo.

—Debí haberle cortado desde un inicio —¡pero claro que sí! Desde que supiera que era ella, debía mandarla a freír espárragos—. Lo lamento.

—Ya. Olvi-vidar todo, ¿bueno? —me desentendí con un gesto de mano.

—Está bien. Después de todo, tenemos una cita, ¿no?

No pude evitar dar un pequeño brinco de felicidad. Todo iba a ser super sencillo, pero a él no le molestaba para nada. Tomé su mano y lo comencé a dirigir hasta el restaurante familiar al que siempre me escapaba junto a mi papá.

—¿Sabes? Solía escaparme de vez en cuando, con Caleb y Yui mujer —ese comentario me hizo reír. Mientras me hablaba, podía darme cuenta de que ya estaba aún poco más animado—. Caminábamos en la noche, vacilando, y luego; para volver a casa comprábamos una gran pizza.

Lo imaginaba de joven, siendo tan atento y cariñoso como siempre. ¡Y ahora era más lindo todavía! Por dentro y por fuera. Estaba demasiado enamorado de él, y eso no hacía falta explicarlo ni con manzanas, ni con dibujos.

—Yo i-iba a un bar con Marco —comenté.

—¿En serio? Me habías dicho que no tomabas fuera de casa.

Perfecta ImperFecciÓnWhere stories live. Discover now