Capítulo 1

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Abro los ojos. Giro la cabeza. Ahí está él, desnudo, durmiendo boca abajo. Resoplo. Ya es de día, y él nunca se queda a dormir.

No me gusta que se quede a dormir porque Leo tiene la molesta tendencia a confundirse rápidamente, y situaciones como ésta lo hacen enloquecer y comienza a perseguirme buscando algo más de lo que en realidad somos. Suspiro, molesta, y lo imagino pidiéndome ir a cenar hoy por la noche, o proponiéndome compartir salidas de toda índole desde hoy y hasta que me vaya de esta ciudad.

Con Leo no tenemos mucho en común. Lo conocí en esta misma ciudad hace un par de años. Yo tocaba esa noche en un pequeño teatro, y él había ido con unos amigos en común. No tuvimos mucho de qué hablar, pero sí mucha química y eso fue suficiente. Y como mi trabajo me lleva de una ciudad a otra, tampoco tuve nunca la posibilidad de conocerlo en profundidad. Sin embargo, cada vez que estoy aquí, me llama. Y yo no me niego: Leo es genial. Pero esto es, definitivamente, más de lo que quería ofrecerle.

Me levanto y camino desnuda hacia el baño de mi habitación, estirándome. Me duele el cuerpo como si hubiese hecho horas de gimnasio.

Me sonrío.

Me ducho y salgo envolviéndome en una bata de algodón blanco y me acomodo un toallón en la cabeza. Me siento en la cama y sostengo el tubo del teléfono en la oreja mientras acaricio lentamente la espalda de Leo, que se remueve, despertándose.

-Buenos días, ¿puedo pedirte el desayuno a la habitación?... Si... Sí, gracias -dejo el tubo y Leo ya está despierto, boca arriba, mirándome con una enorme sonrisa.

-Buenos días -me dice, feliz, mientras se despereza.

-Hola -paso mi mano por su pecho.

-Me encanta despertarme junto a ti...

Aquí vamos.

-Si, bueno. En cuanto a eso, Leo...

-...creo que es un paso importante para los dos...

-No, Leo. Verás: yo estaba muy cansada por el viaje y...

-No parecías cansada... -sonríe de costado, desliza su mano dentro de mi bata y me acaricia. Sabe cómo y dónde hacerlo- Ven aquí.

Me subo a horcajadas en su cadera mientras él deshace el nudo del cinturón de toalla. Sus manos suben por mis costados y llegan hasta mis pechos. Acomodo su erección entre mis piernas y desciendo sobre ella.

-Oh, Mery...

-Si...

-Mi dulce Mery...

-No... no soy tu dulce Mery... Leo... -me muevo más rápido.

-Si lo eres. Eres dulce... y eres mía...

-¿Qué? ¡No! -acelero un poco más mis caderas sobre las suyas. La cabecera de la cama comienza a golpear contra la pared.

-Eres mía, lo se...

-¡Leo cállate! -me muevo aún más rápido, tratando de nublar con mis movimientos su voz, que me desconcentra.

-Sí... ¿sabes que te quiero, verdad? -me dice entre jadeos. Creo que nunca en mi vida me moví con tanta fuerza sobre un hombre. Es como si quisiera comunicarle con mis movimientos que se calle, pero no estoy lográndolo.

-¡No!

-Eres hermosa...

-¡No! -evidentemente él no interpreta mis indirectas y aprieta mis nalgas para guiar mis movimientos con fuerza.

-Si... eres mía... Oh, Mery... ¡te amo!

-¡No! ¡No! -cierro los ojos.

Unos golpes en la puerta llaman mi atención.

-¡Maldición!... -entre las palabras de Leo y los golpes en la puerta, definitivamente no voy a llegar a ningún lado. Mucho menos a un orgasmo.

-Shhh... no importa. Sigue... sigue... -me susurra mientras me sostiene con sus manos en mis caderas.

-Basta, Leo... -me levanto, resoplando mal humorada, y mientras me cierro la bata y me acomodo la toalla en la cabeza camino por el pasillo de la habitación. Abro la puerta unos centímetros y asomo la cara. Un hombre enorme está cruzado de brazos. No luce contento.

-Señorita -me dice con acento británico- siento mucho molestarla. Pero evidentemente la cabecera de su cama linda con la cabecera de la cama del señor de la habitación contigua, y me ha enviado a pedirle cortesmente si por favor podría reconsiderar los sonidos que está ocasionando.

Estoy de pésimo humor. No necesito esto.

-Dile a tu buen amigo que no los escuchará más -le sonrío sin ganas antes de cerrar la puerta con un golpe sin decirle más. Vuelvo a la habitación. Me agacho y comienzo a revolver en mi valija.

-¿Qué haces? Vuelve a la cama, bebé...

-Leo -me detengo y me incorporo, apoyando mis manos en la cintura- Deberías irte. Lo siento. Tengo que trabajar.

-Oh, vamos. ¡Mierda! Vuelve aquí...

-¡Leo! -le arrojo sus pantalones y comienza a ponérselos torpemente.

-¿Después de lo que te dije?

-¿Qué me dijiste? -me doy la vuelta y cierro los ojos, esperando que lo olvide.

-Que te amo, Mery. Que quiero que seas mía.

-Leo -suspiro y me incorporo para hablarle de frente. No quiero lastimarlo, pero el pobre hombre no sabe lo que dice- Primero que nada: no soy ni seré DE nadie. Segundo: nos vemos con suerte dos veces al año. Y me agradas, créeme que me agradas -está sentado en la cama, y tomo su cara entre mis manos- pero no tenemos nada en común.

-Si me dejaras conocerte un poco más...

-No hay mucho más que conocer, Leo. Esto soy yo. Trabajo todo el año en lo que me gusta, y con suerte tengo tiempo para algo más. Lo siento -acaricio su mejilla.

-No eres justa -me contesta enojado, saltando en una pierna mientras trata de ponerse el pantalón.

Unos breves golpes en la puerta vuelven a llamar mi atención. Me doy vuelta y lo miro a Leo con mi mejor cara de disculpas.

-Lo siento Leo. Es el desayuno.

-¿No voy a quedarme a desayunar?

-¡Tengo que irme a una reunión! Lo siento...

Eso termina de enojarlo, y no lo culpo. Toma su camisa y, sin ponérsela, sale por la puerta hecho una furia. El hombre del carrito del desayuno me mira, tan sorprendido como yo. Me encojo de hombros y le indico que pase.

Junto a míWhere stories live. Discover now