Poema 9

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20/04/2018


Torpe y elegante,

intentas pavonearte en este papel.

Las palabras siempre han sido un arte y una guerra.

Cual cartas, el orden y la forma de organizarlas

es la gracia de todo.

Desaparecido esto, no hay más.


Me gustaría poder encontrar la gracia

de describir la belleza de una tarde pajiza

con un reguero de petróleo deslizado

desde el tubo de escape de un coche.

Se derrama en la calle tostado,

a punto de arder, como mis adentros,

y de toda aquella fealdad del combustible

se derraman cabellos de arco iris.

Arden los colores por las puntas del pantano

que infame se embellece en su rareza.


Aquel extraño espectáculo,

me recuerda, observador curioso,

las enrevesadas andanzas de la realidad.

Bajo el complicado conocimiento químico,

que ni yo ni la media entiende,

encuentra sencilla

respuesta

a esta belleza anodina, a mi recuerdo de

niño, ya adolescente,

romántico.


En la cantinela de saber las cosas,

me gustaría encontrar el sabor,

las tonalidades de la experiencia humana,

y no un truco que descubre un disfraz,

rompiendo el hechizo.

No necesito magia ni sobrenatural.

Es el simple disfrute de esta poesía,

y la melancolía

que refleja ese pensamiento

recordando otra vez más

esa escena;

y es que me da fuerzas,

al pensar en la analogía

de una metáfora.


Podría hacer girar unas bolitas en el aire,

soltarte rimas, retórica, adjetivación estúpida,

argenta verborrea del vendedor de humo.

Ahora, al igual que la música sencilla,

soy un melómano que se embriaga

hasta en la estulticia, que no viene

del señor Saturno.


Desde mi mente encuentro un puente a

las imágenes de un pequeño aprendiz de la vida.

Unos segundos, entonces. Echo una mirada,

y veo cómo se descuelga una cabeza negra

de mechas de racimos coloreados, ridícula y quimérica.

Ese niño no le da un solo pensamiento, sigue su vida.

Así he continuado con mis pasos.

Aunque mi mente, en este momento, como

tantos otros,

vuelve al segundo del parto artificial.


En esas extrañezas de la vida me forjé,

entendí y me enseñó a entender este cosmos,

este mundo que habitamos en concreto,

que se quiere ver en negro y blanco,

vistiéndose de un gris vintage de moda.

Los matices se eliminan en el nuevo lenguaje,

pesadilla de escritores y sueño húmedo de profetas.


Aquella extraña anomalía quedó allí durante algunos días.

Mis ojos fueron observándolo cada vez más alucinados,

y no encontraba qué podía ser la maravilla

de sentir placer de esa pequeña ridiculez,

química, quimérica, quieta, quiste

de la carretera.


El mundo siguió rodando,

y aún no comprendo las quimeras detrás

de estas carreteras

que hay en el

hombre.

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