20/04/2018
Torpe y elegante,
intentas pavonearte en este papel.
Las palabras siempre han sido un arte y una guerra.
Cual cartas, el orden y la forma de organizarlas
es la gracia de todo.
Desaparecido esto, no hay más.
Me gustaría poder encontrar la gracia
de describir la belleza de una tarde pajiza
con un reguero de petróleo deslizado
desde el tubo de escape de un coche.
Se derrama en la calle tostado,
a punto de arder, como mis adentros,
y de toda aquella fealdad del combustible
se derraman cabellos de arco iris.
Arden los colores por las puntas del pantano
que infame se embellece en su rareza.
Aquel extraño espectáculo,
me recuerda, observador curioso,
las enrevesadas andanzas de la realidad.
Bajo el complicado conocimiento químico,
que ni yo ni la media entiende,
encuentra sencilla
respuesta
a esta belleza anodina, a mi recuerdo de
niño, ya adolescente,
romántico.
En la cantinela de saber las cosas,
me gustaría encontrar el sabor,
las tonalidades de la experiencia humana,
y no un truco que descubre un disfraz,
rompiendo el hechizo.
No necesito magia ni sobrenatural.
Es el simple disfrute de esta poesía,
y la melancolía
que refleja ese pensamiento
recordando otra vez más
esa escena;
y es que me da fuerzas,
al pensar en la analogía
de una metáfora.
Podría hacer girar unas bolitas en el aire,
soltarte rimas, retórica, adjetivación estúpida,
argenta verborrea del vendedor de humo.
Ahora, al igual que la música sencilla,
soy un melómano que se embriaga
hasta en la estulticia, que no viene
del señor Saturno.
Desde mi mente encuentro un puente a
las imágenes de un pequeño aprendiz de la vida.
Unos segundos, entonces. Echo una mirada,
y veo cómo se descuelga una cabeza negra
de mechas de racimos coloreados, ridícula y quimérica.
Ese niño no le da un solo pensamiento, sigue su vida.
Así he continuado con mis pasos.
Aunque mi mente, en este momento, como
tantos otros,
vuelve al segundo del parto artificial.
En esas extrañezas de la vida me forjé,
entendí y me enseñó a entender este cosmos,
este mundo que habitamos en concreto,
que se quiere ver en negro y blanco,
vistiéndose de un gris vintage de moda.
Los matices se eliminan en el nuevo lenguaje,
pesadilla de escritores y sueño húmedo de profetas.
Aquella extraña anomalía quedó allí durante algunos días.
Mis ojos fueron observándolo cada vez más alucinados,
y no encontraba qué podía ser la maravilla
de sentir placer de esa pequeña ridiculez,
química, quimérica, quieta, quiste
de la carretera.
El mundo siguió rodando,
y aún no comprendo las quimeras detrás
de estas carreteras
que hay en el
hombre.
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Autovía
PoetryUn poemario más reciente con el que trabajo actualmente junto a Y después de todo.