D8 - Varias quemaduras.

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Ser madre no era fácil, y su hermana ya se lo advirtió cuando se quedó embarazada de César, pero aún así ella estaba deseando tener su familia al completo junto a Raven. Agotada se quedaba corto para definir cómo se encontraba en esos momentos, porque no solo era madre de una niña de ocho años que curioseaba todo lo que había a su alrededor, sino también de un pequeño culo inquieto que no paraba quieto y que seguramente tendrían que apuntar a un deporte que lo dejara sin pilas para que pudiera dormir.

Dahlia no solo se parecía a su madre físicamente, sino que era la niña más inteligente que había visto jamás, y Raven y ella fantaseaban con qué camino eligiría su hija. ¿Qué querría estudiar? ¿Le gustaría también la docencia? No, no querían ser ese tipo de madre, y si al final decidía quedarse con un trabajo que a simple vista pareciera más fácil, pero que le hiciera feliz, las dos se sentirían más que satisfechas.

Y, hablando de sentirse satisfecha, no lo estaba.

Rebuscó en el bolso las llaves de la puerta controlando las ganas de llorar por la sequía sexual, ya que  entró justo cuando salía un vecino, y nada más abrir se encontró con unos pétalos que la dirigían a la habitación. Las lágrimas decidieron retirarse hasta otra ocasión, porque eso solo podía significar una cosa.

Nerviosa, buscó su teléfono en el bolsillo de su chaqueta, y se le cayeron las llaves y el bolso al suelo por la desesperación. Comprobó la fecha y la hora para asegurarse que ese día le tocaba a su hermana recoger a Dahlia y a César de sus actividades extraescolares, porque se turnaban para hacerlo, y casi gritó cuando vio que tenía un mensaje de Raven.

RAVEN: Tenemos dos horas, nuestros hijos van a pasar un rato con sus primas. Si no tardas mucho, podemos aprovecharlas.

Raven también estaba en sequía sexual, o al menos eso esperaba, porque si no no habría entrado bien por la puerta por los cuernos tan grandes que llevaría puestos. No se preocupó por recoger lo que se le había caído, pero sí cerró la puerta antes de caminar hacia la habitación, tal y como indicaban los pétalos. Tragó saliva al ver a Raven tumbada en la cama  de lado con un camisón demasiado sexi para personas mortales, que le tapaba lo justo y necesario. A veces pensaba que los escogía más pequeños a conciencia, porque no le llegaba ni a mitad del muslo.

—Por fin —dijo mientras se llevaba las manos a la chaqueta para quitársela, pero paró en seco al ver que Raven levantaba un dedo. Oh, no.

—¿Tienes prisa, Woods?

Ay, joder.

Se lamió los labios sin apartar la mirada de sus piernas, que se movieron para deslizarse por el colchón antes de levantarse y acercarse a ella a paso lento. A su mujer no le gustaba que dijera los años que tenía, pero más quisieran muchas estar como ella a esa edad. Mejoraba con el tiempo y lo podía comprobar y afirmar con la imagen que tenía delante de ella. Seguía estando tan tonificada como siempre y su rostro estaba increíblemente perfecto. ¿Dónde tenía que firmar para ser como ella de mayor?

Ups. Menos mal que no podía leerle el pensamiento.

—¿Por qué sonríes?

Oh, vaya.

—Eh... —dijo y agarró sus caderas mientras pensaba qué decir—. Pensaba en lo guapa que estás.

Raven entrecerró los ojos y dejó que la acercara más a su cuerpo a la vez que le pasaba las manos por los hombros para quitarle la chaqueta. Gracias a Dios que no se la dejóle obligó a dejársela puesta, porque ya se veía muriéndose de calor mientras le hacía el amor. Intentó besarla, pero la mujer se echó hacia atrás con una sonrisa. Miró hacia abajo para ver cómo le desabrochaba la blusa que llevaba ese día a clase y aprovechó para seguir moviendo los dedos por la piel que dejaba expuesta su camisón, deleitándose con el olor del gel y el champú que usaba en la ducha, dejándole claro que acababa de salir de ella.

I'm gonna getcha good!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora